Qatarí, que te vi
Mis noticias sobre Qatar no son maravillosas. El emir costeó la conferencia para la paz de Líbano que condujo a cierta apariencia de coexistencia entre las facciones: lo hizo, según rumores, a golpe de talonario. No me extrañaría, vista la precariedad a la que ha regresado el asunto, aparentemente por falta de estímulos económicos.
Josep Guardiola no asistió a la presentación de la camiseta qatarí del Barça. No fue por escrúpulos. Él es el contacto con dicho emirato, en el que jugó sin importarle salir en pantalón corto para estadios repletos de hombres con galabeya y kufiya que tenían a la esposa en casa, con la patita más o menos quebrada. Tampoco dudó en apoyar -por encima de Nelson Mandela- la candidatura del opulento emirato para el Mundial de Fútbol. Este año lo ha conseguido. No asistió al evento porque tenía un bolo con el Banco de Sabadell, según cuentan las crónicas.
El emir de Qatar tuvo un buen principio. Fundó Al Jazeera, la cadena de cable internacional que más ha hecho por el equilibrio de la información sobre Occidente y Oriente Próximo. Lástima que, hace unos meses, despidiera a una presentadora porque se negó a ponerse el pañuelo en la cabeza. Lo que nunca cambia, porque es lo que mantiene al patriarcado en forma, es el trato a las mujeres. Pueden bañarlas en oro, pero es oro de jaulas.
Los culés de mi barrio, que solemos reunirnos a ver partidos en el bar Jockey, nos sentimos traicionados. Todo ese cuento de la modestia, el buen rollito, esos "estamos jugando bien pero no podemos confiarnos", que entona Guardiola (frustrando considerablemente la alegría tribal que debería seguir a cada victoria) no casa, no concuerda con esta bajada de pantalones, aunque sean cortos, ante un régimen autoritario, y misógino con la ley en la mano.