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El honor de los Kray

La policía y los gánsteres del East End, el colorido barrio al este de la City de Londres, se cruzaron abiertamente la mirada esta semana. Eternos enemigos en las calles de la ciudad montaron frente común, posiblemente por primera vez, para imponer control sobre el horizonte. La ocasión tenía una nota lúgubre: se trataba de un funeral, pero la identidad del fallecido convirtió la ceremonia en una letanía de secuencias dignas de las mejores películas de Hollywood. Charlie Kray falleció días atrás en la cárcel de Parkhurst, en la isla de Wight, sin llegar a cumplir la totalidad de una sentencia por tráfico de drogas. Tenía 73 años, afición por el champaña y escasa habilidad como gánster del East End. Le salvaba, al menos para el círculo de amistades que se acercó el miércoles a su funeral en la iglesia de San Mateo, el haber sido el hermano mayor de los notorios, temidos y admirados gemelos Kray.

Fue Charlie el que introdujo a Reggie y Ronald en el mundo del hampa. De él aprendieron los primeros trucos hasta que, poco después, tuvo que retirarse a un segundo plano mientras crecía la fama -infamia, mejor dicho- de los pequeños Kray. Los gemelos sembraron el terror en las calles de Londres durante los años cincuenta, abrieron salas de fiestas, congeniaron con estrellas de la canción y el cine y se erigieron en los reyes de la criminalidad del East End. Su peculiar historia se cuenta en la película The Krays, con los hermanos Gary y Martin Kemp, del grupo británico Spandau Ballet, en los papeles principales.

Esta semana se rodó otro tipo de filme. El funeral estaba coreografiado como una operación militar. Un ejército de policías vigilaba los movimientos desde la distancia. Una patrulla de unos 50 matones, uniformados en traje de chaqueta color negro, con una insignia en la solapa que les identificaba como "protección del clan Kray", se apostaba en las inmediaciones del templo protestante no-conformista. La guardia privada observaba la llegada de cientos de rivales, amigos, familiares del finado y gentes del cine y la televisión. Se aseguraba, además, de que todo encajara según el plan previsto.

Una alarma en la estación del metro provocó un momento de pánico. La comitiva fúnebre, un total de 50 limusinas impecablemente negras, se vio obligada a dejar paso a un coche de bomberos. La parada no se incluía en el guión, pero los agentes de Scotland Yard pronto resolvieron el repentino caos de circulación. El elegante vehículo con el cuerpo de Charlie pudo, por fin, retomar la marcha.

Mientras, junto a la iglesia de San Mateo, los saludos y susurros de amabilidad se tornaron en gritos de emoción. Acababa de personarse la estrella de la ocasión, Reggie, el gemelo que todavía permanece con vida a sus 66 años. Las rivalidades quedaron selladas con un beso en la mejilla a viejos enemigos, como Charlie Richardson, y las confidencias con abrazos y apretón de manos a personas amadas como su esposa, Roberta, 26 años más joven que el excriminal.

Fuera del enfoque de las cámaras estaba el juego de esposas que enlazaban la mano de Reggie con un funcionario de prisiones con el pelo atado en cola de caballo. Debía vigilar al popular convicto, que posiblemente no llegará a recuperar su libertad, a pesar de haber cumplido tres cuartas parte de su pena por asesinato. Debía incluso impedir con todos los medios a su alcance que el centro de atracción de la velada fúnebre no escapara por las calles donde corrió de niño y que luego controló de joven.

Cuanto más paseaba el gemelo, más voces se escuchaban exigiendo su liberación. Otros se contentaban con gritar "¡Reggie, Reggie!" en homenaje a un criminal que el East London tradicional, el de toda la vida, considera un héroe insustituible. Ya ha pagado sufiente castigo por su carrera profesional y está viejo para retomar el negocio, pensaban muchos asistentes a la despedida de su hermano.

Durante el servicio religioso, el superviviente de los Kray leyó un poema que él mismo escribió en la celda de la prisión de Wayland, la última escala de sus 32 años entre rejas. "No te acerques a mi tumba y llores. No estoy allí. Estoy durmiendo". Estrofas que posiblemente desearía que Charlie, el buenazo e inútil de esta familia de gánsteres a la antigua usanza, hubiera compuesto en su memoria.

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