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Columna
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Refundación

La evidencia de que Fukuyama se equivocó al anunciar el fin de la historia no es un punto de partida. Tampoco sirve de mucho recordar que Marx advirtió de que el capitalismo engendraría sus propias crisis. Más útil resulta, por mucho que moleste, una recomendación de Lenin: comprender la realidad es la primera obligación de un revolucionario. No hay mejor opción para la izquierda mientras el auge de la ultraderecha crea un espejismo de déjà vu, asimilando la Europa de 2009 a la de 1930 en unas condiciones radicalmente distintas.

Quien mire a su alrededor e intente comprender la realidad verá, en primer lugar, que el margen para hacer política desde la izquierda es hoy más estrecho que nunca. Factores ni siquiera exclusivamente ideológicos, como la globalización económica, la expansión de las multinacionales y las estrategias de los grupos de comunicación -que han dejado de servir a los intereses de los partidos para poner a los partidos al servicio de sus intereses-, han creado una realidad contra la que se estrellan las viejas recetas. Mientras la socialdemocracia languidece por doquier, parece que a su izquierda no hay futuro, y no se sabe. No se sabrá mientras en la izquierda nadie haga el esfuerzo de comprender lo que está pasando.

Un nuevo partido. No una coalición, ni una plataforma, ni una síntesis imaginativa, sino un partido, una estructura única con un programa concreto, realista, unos pocos puntos muy claros, defensa incondicional de los espacios públicos, universalización de los derechos sociales, integración de los inmigrantes, asunción de los valores republicanos, políticas de igualdad real, laicismo, solidaridad, y la ambición de influir en una realidad donde ni las dictaduras ni el proletariado son lo que parecen. Yo estoy segura de que esta apuesta tiene futuro. Y me cuesta trabajo creer que soy la única.

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