_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sáhara

Almudena Grandes

De la semana pasada, un banquete para cualquier columnista, me quedo con una aparente pequeñez. Más allá de los vuelos de ida -problema para el PP- y vuelta -problema para el Gobierno- a Guantánamo, por encima de la auténtica crisis griega y de la comedia de enredo del PSC, al margen de la blancura de los guantes que usaba Madoff para robar a los patronos de los criados de guantes blancos, y hasta del impulso que ha experimentado el personaje de Aznar, que para pasar de padre de la patria a caricato de astracán sólo necesita que le pongan un micrófono delante en el extranjero, voy a escribir sobre una tristeza pequeña y sucia.

Me gustaría celebrar la derrota que los bárbaros de las 65 horas semanales han sufrido en Estrasburgo, pero me ha afectado más esta noticia breve, discreta, sin grandes titulares.

Más información
El estadounidense Christopher Ross, nuevo mediador en el conflicto del Sáhara

Porque yo creía que a los saharauis ya no les quedaba ni un centímetro de espalda libre para otra puñalada, pero el Gobierno español ha encontrado hueco para asestarla. Discreta, casi sigilosamente, Zapatero ha respaldado el plan de autonomía marroquí para el Sáhara. A cambio, el primer ministro de Marruecos, Abbas el Fassi, ha declarado que está dispuesto a seguir dificultando la partida de los 100.000 desesperados subsaharianos que esperan la oportunidad de subirse a una patera para morir, quizás, en el Estrecho. Ya sé que mucha gente me dirá que esto se llama pragmatismo, realismo, diplomacia o sentido del Estado. Yo propondría otros nombres, abandono, injusticia, irresponsabilidad. Mientras tanto, en el desierto de Argelia, ante la indiferencia del mundo entero, los saharauis siguen custodiando las llaves de sus casas de Villa Cisneros, y enseñando a sus hijos por qué esa ciudad tenía un nombre español. Y ya sé que para su tragedia interminable no hay futuro, pero a mí, sólo de pensarlo, se me parte el corazón.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_