Secuestro

Triunfa el disparate por doquier en la ciega carrera electoral. Era de prever: llevamos años de furiosa agitación sectaria, y la cercanía de las urnas nos está batiendo a punto de nieve. Lo peor es constatar cómo el oportunismo político ensucia todos los temas e impide que la sociedad afronte sus problemas. Sucede con las sedaciones de Leganés: el repugnante guirigay contra los médicos no deja ver que, si algunos se permiten hablar de irregularidades, es justamente porque no está regulado nuestro derecho esencial a una muerte digna; urge que lo hagamos, para que los mejores médicos no tengan que seguir trabajando en una confusa frontera. Sucede con el complejísimo asunto de la inmigración, la multiculturalidad y la defensa de los valores democráticos: basta con que el PP utilice electoralmente la cuestión para que el PSOE la anatemice, hurtándonos entre ambos un debate fundamental. Y sucede con el canon digital, un tema menor de pronto convertido en cruzada surrealista. El derecho a la compensación por copia privada existe en España desde 1987. El canon por fotocopia de libros ya se venía cobrando desde entonces, y con la nueva ley, además, se reduce en un 25%. El jaleo viene por la inclusión de productos que, como los CD, antes no se gravaban: pero la ley tiene que ir adaptándose a las nuevas tecnologías. El canon no es un impuesto ni un castigo; es un derecho que adquieres a hacer copias. Es como el precio único para entrar en Disneylandia, aunque luego te montes en una o en todas las atracciones. Son cantidades ínfimas para el individuo, pero el derecho de autor es un logro de la modernidad. Hay que defenderlo frente a la avaricia de las empresas tecnológicas, impulsoras de la absurda cruzada. Todo esto, tan simple, no puede ni explicarse en medio del griterío. Nos están secuestrando el pensamiento.
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