"Soy periodista, me llaman terrorista"

¿Cuánto vale su agenda? Mira por encima de las gafas y para de sorber el suquet de merluza y almejas. Deja la cuchara y se va del comedor... Sudor muy frío: pregunta quizá demasiado impertinente o frívola para Seymour Hersh (Chicago, 1937), leyenda viva del periodismo: destapó la masacre de My Lai en Vietnam (Premio Pulitzer, 1970); las torturas en la prisión iraquí de Abu Ghraib; los planes de Bush para atacar Irán con armas nucleares... "Lo más cercano al terrorismo en el periodismo norteamericano", le definió Richard Perle, halcón del presidente de EE UU. "Fue como llamarme comunista en plena guerra fría; escribí que se embolsó dinero de los planes de reconstrucción de Irak...", había contextualizado el periodista antes del plante.
El gran reportero sólo teme una cosa: que la Casa Blanca le cuele una historia falsa
Siete minutos dura el miedo al paro: ha vuelto con una cartera con código de seguridad, de donde extrae dos libretas de hojas amarillas pautadas con una letra ilegible. Las sillas de piel blanca del medio desierto (¿quién almuerza a las 13.30?) comedor del hotel Pulitzer (obvio) encajan con la trama. "Es el tema que investigo ahora. En el ordenador escribo mis historias, pero nunca mis contactos. Yo no puedo utilizar la grabadora". ¿Y los contactos?, insiste uno, suicida. Gira la libreta: ¡en la tapa! También ininteligibles: "Éste es una fuente de las fuerzas especiales, y éste; éste otro, un congresista... Es muy seguro: mis apuntes son un gran rompecabezas".
Alguien que trata esa información así, en mangas de camisa dobladas y que afronta el suquet con una cola light con hielo invita a la ilusión conspirativa. ¿Quién y por qué le da pistas de scoops así? "Gente de la Administración, desde soldados hasta generales, pero nadie sabe que son mis confidentes; lo hacen porque creen que hay límites". ¿Problemas de seguridad? "No hablo de eso. Tengo esposa e hijo. Pero, ¿sabe cuál es mi pavor? Que me pasen una historia falsa por orden del Gobierno".
Los más grandes y sabios son siempre los más sencillos: Hersh picotea la lechuga con los dedos y reconoce que hoy su trabajo es más difícil: "Cuando Vietnam, la predisposición contestataria de la gente facilitaba las cosas". Y, además, está Bush. "Vive en un mundo irreal: decidió hacer una guerra contra una idea, el terrorismo, y eso no se puede. Y ahí la prensa americana fallamos: no denunciamos la invasión de Irak, actuamos de cheerleaders [animadoras de partidos deportivos]". ¿Periodistas cínicos? "No entienden nada: hace 50 años eran de clase trabajadora, no iban a la universidad, sabían lo que le pasaba a la gente; ahora están muy bien pagados, viven en otro mundo; ser periodista hoy es una profesión elitista".
El espectro de Bush es convocado tanto que parece el tercer comensal. "Es peor que Kissinger", dice citando al demonio familiar de Manuel Vázquez Montalbán, periodista que da título al premio que le ha traído a Barcelona. Y no hay tregua. Ahora EE UU mira, dice, a Irán: "Bush y Dick Cheney quieren ir; mala pareja". La ceremonia del té es un master intensivo: interroga él con preguntas secas, recoge un libro muy trabajado sobre John McCain (otro reportaje en marcha) y suelta un recuerdo de sus inicios de periodista de sucesos en una corrupta Chicago. "Siempre llevaba un billete de 10 dólares doblado bajo el carnet de conducir cuando hablaba con un policía", cuenta mientras garabatea un teléfono. "Si tiene dudas, llame". Verificar siempre. Gran periodista. Lástima de cola light.
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