Toda la basura

Ya tenemos una segunda versión de la historia del señor de la basura. En la primera, la de los hermanos Marx, Zeppo decía: "Papá, ha llegado el hombre de la basura". Y Groucho contestaba: "Dile que hoy no queremos". Era también una época de crisis y está considerada como una de las ocurrencias que más ha hecho reír en la historia humorística de Estados Unidos. Al parecer, esta crisis es distinta y el humor ha cambiado. El hombre de la basura llama a la puerta de la Casa Blanca y el principal inquilino pregunta por el precio. "Así, a ojo, 700.000 millones de dólares y un centavo", tantea el hombre de la basura. Bush responde: "¡Nos la quedamos toda!". La diferencia entre la versión marxista y la actual es que la primera era un diálogo y la presente, un monólogo. El hombre de la basura y el presidente son la misma persona. Un economista respetable, Paul Krugman, resume el proceso con sarcasmo: "Lo impensable se ha vuelto inevitable". Como con el fútbol, la diferencia entre quién sabe y no sabe de economía parece haberse reducido al tamaño de una uña. Entiendo por respetable quien haya estado haciéndose preguntas sobre el coste de la guerra y la verdadera naturaleza de estas cumbres codiciosas. Hay un nervio que une las cadenas de Guantánamo y el tintineo excitado de Wall Street: una época de estado de inmoralidad permanente. El presunto plan salvador, en las antípodas del new deal, no parece otra cosa que llevar este videojuego hasta el final. Lo deduce con precisión otro investigador respetable, Michael Hudson. ¿Qué se pretende? Socializar las pérdidas. Desplazar la carga fiscal hacia el trabajo. Y entrampar a Obama, añado. Mientras tanto, nuestros tanques del pensamiento se ensañan con el optimismo táctico de Zapatero y jalean a McCain, el doble de Bush, que no sabe ni dónde está España. ¡Viva el hombre de la basura!
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