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Columna
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Tonterías

Manuel Rivas

En La vida extraña de Salvador Dalí, el pintor cuenta con jactancia el efecto de una de sus primeras charlas. "¡Esta conferencia ha terminado!", proclamó al principio, y el alcalde de Figueres, que presidía el acto, cayó fulminado al suelo, a los pies del orate. Dalí era un genio artístico, y yo me arrodillo ante La persistencia de la memoria, pero en lo político oscilaba entre lo rastrero y lo disparatado. Y esa es la naturaleza de los discursos últimos de algunos de nuestros próceres. Por utilizar sus propios términos, la teoría política dominante en nuestra derecha más daliniana se mueve entre la tontería y lo extravagante, pasando por el método paranoico-crítico ("La actividad paranoica-crítica le permite al mundo delirante pasar al plano de la realidad"), en el que descuella Mayor Oreja. Para el elogio de la extravagancia conviene estar atento a las performances de José María Aznar, y en especial a sus happenings transatlánticos. En cuanto a la metafísica de la tontería, me admira la espontaneidad surrealista con la que la ha formulado nuestra Esperanza Aguirre. En su exculpación por la presencia de imputados en las listas electorales, la presidenta madrileña ha calificado los cargos de "tonterías". Así que, a igual que en la oratoria clásica (sermo gravis y sermo humilis), habría dos estilos de corrupción: la grave y la tonta. La clara intención de Aguirre es marcar distancias con el círculo más pútrido del caso Gürtel, pero la previsible consecuencia es que todo el mundo se apunte a la teoría de la "tontería". Veremos cómo poco a poco irá desapareciendo la figura del corrupto y tendremos, nomás, como en el bolero, cleptómanos de lindas fruslerías. La noche electoral una multitud gritará: "¡Barrabás, Barrabás!". A los pocos días, crucificarán al juez que osó ver lo que no se puede ver y oír lo que no se puede oír. Y paso a paso, la sustracción de la democracia, hasta convertirla en una "tontería".

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