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Columna
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¡Vitalicios!

El martes me entregué, durante un montón de horas, a un ejercicio de realismo -no de resignación-, siguiendo la comparecencia de doña Soraya Sáenz de Santamaría en la sesión de control del Parlamento. De su enérgica intervención retengo dos cosas. La una tiene que ver con ella, y me parece una cualidad magnífica para su grupo: se lanza como una tanqueta, apenas toma aliento y bebe poca agua, no se interrumpe, no deja que los contrarios hablen más de lo estricto. Perfecto. Como periodista, me he ido acostumbrando -no resignando- a que los políticos impongan sus discursos y callen al que tienen enfrente.

Lo que sí me sobrecogió fue una palabra pronunciada casi al final, cuando andaba yo ya grogui -ella no: firme y a la defensiva, como al principio-, y que tuvo la virtud de sacarme del sopor. ¡Vitalicios! Eso dijo la vicepresidenta: vitalicios. Refiriéndose a los jueces del Constitucional, añado. Como en Estados Unidos, qué ilu. ¿Recuerdan ustedes el argumento de El informe pelícano, la novela de John Grisham que protagonizó en cine Julia Roberts? Desde presidencia del Gobierno -mandato Bush jr., o similar, se suponía-, se cargaban a tres jueces (vitalicios) progresistas de la Corte Suprema, contrarios a un proyecto de depredación ecológica; el presidente pretendía nombrar a tres amigotes suyos afines al expolio.

Cuánto más cómodo no será, sin tener que matar a nadie ni consultar con nadie, y con un cuerpo jurídico como el nuestro, tan mayoritariamente reaccionario, elegir magistrados entre lo más granado de lo conservador, para que representen los intereses en juego, y perduren hasta quedarse tiesos.

Venga, ánimo. Todos vitalicios, coño, y todos escogidos según las afinidades electivas. Constitucional, Supremo, CGPJ. A ver si nos ahorraremos que se nos infiltre un Garzón que nos obligue a deshacernos de él como sea.

Se me olvidaba. Viva Gallardón.

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