El balón

Quedamos en que el balón de fútbol es hueco y redondo, dentro del cual caben todos los niños, todos los patriotas vergonzantes del mundo, los intelectuales fríos y los fanáticos, la gente lista y la torpe, los eruditos y los analfabetos, todos los baldados, gordos, flacos, esmirriados, jóvenes, viejos, altos, bajos, sanos y enfermos; la humanidad que está a medio cocer todavía cabe en un balón de reglamento, que para este campeonato mundial lo han fabricado los chinos y es más irracional que nunca porque hace por su cuenta extraños en el aire. El balón se pone a rodar y la parte del yo que el espectador ha cedido a su equipo es zarandeada por los jugadores de un extremo al otro del campo. A veces sucede que tu equipo marca el gol de la victoria. En ese caso cuando el balón entra en la portería contraria, el aficionado lanza un grito que despierta al niño que el balón lleva dentro y el niño despierta a su vez al patriota dormido. El gordo se cree con abdominales de Puyol, el viejo piensa que es Casillas, el bajo se ve como Piqué, cada uno asume su personalidad del héroe que lo ha suplantado en el campo. El otro día en Marrakech vi el partido España-Alemania en un bar donde se concentraba más de un centenar de marroquíes ante cuatro pantallas que jalonaban los cuatro ángulos de la terraza. En miles de bares, terrazas, salas de estar, esquinas y plazas de los cinco continentes una parte de la humanidad estaba intercomunicada contemplando el azar sobre el césped de un mismo balón, que es ese momento sintetizaba una pasión colectiva muy misteriosa mediante un lenguaje universal. En el bar de Marrakech los gritos, las ovaciones, imprecaciones, protestas y aplausos que acompañaban a cada jugada a favor o en contra del equipo de España eran idénticos en emoción, tonalidad y decibelios a los que en ese mimo instante de forma espontánea se producían, sin duda, como un coro compacto en todo el planeta. Hoy domingo, 11 de julio de 2010 España va a jugar contra Holanda la final del campeonato mundial de fútbol. Aunque la derrota siempre es más elegante y estética que la victoria, bastará con una patada afortunada para que salga a la luz desde el interior del balón el niño y el patriota irracional que cualquiera lleva dentro sin saberlo. No hay por qué avergonzarse por eso.
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