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Columna
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No cabemos

El poeta noruego Jan Erik Vold nos habla de Hokusai, el viejo maestro que pintó una ola. Pienso en Hokusai y pienso en los políticos de Vic, de Torrejón, y todos los demás que con agilidad vil han tomado la antorcha para acalorar el país entero con una riña tóxica a cuenta de los derechos de las personas inmigrantes. La mejor política democrática y catalanista se cimentó sobre el principio de que catalán era aquel que vivía y trabajaba en Cataluña. De ahí, de la época del tranquilo Fer país (Hacer país), se ha pasado a la ruindad de poner en circulación un infame e inflamable lema: "No cabemos todos". La derecha nacionalista catalana, CiU, y la nacionalista española, PP, han encontrado por fin un punto básico de confluencia para bailar en pareja. Un enemigo común: el inmigrante. Podríamos especificar: el inmigrante "irregular".

Pero cuando se pone en marcha la maquinaria de producción de odio, se acaba zampando todo, lo irregular y lo regular. La política afirmativa es laboriosa. Requiere creatividad, pedagogía, ideas. Es un bien necesario. Cuando falta, se produce el vacío. Y es el momento de la peste. Como diría Karl Kraus, "no tener ideas y expresarlas". El momento de buscar un enemigo que llene ese vacío. Eso no requiere ningún esfuerzo. En la historia, siempre hay un judío a mano o un cabeza de turco. Personas de usar y tirar. Hokusai se pasó la vida aprendiendo a pintar. Decía: "Empecé a dibujar cosas cuando tenía seis años. Todo lo que conseguí hacer antes de los 50, no vale nada (...) Cuando llegue a los 100 produciré cosas elogiables. Para no hablar de los años siguientes". En ese tiempo, el maestro consiguió pintar una ola inolvidable. Hay gente que, en pocas horas, por conveniencia electoral, por asentar su culo, puede despintar lo más hermoso, arruinar el paisaje, borrar miles de rostros. Envilecerlo todo.

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