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Columna
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La cabeza

Manuel Rivas

La inauguración de la efigie de Sócrates en Tui, el 3 de mayo de 1936, fue una auténtica fiesta popular. Rodeada de estudiantes, parecía que en aquella cabeza portentosa había por fin encontrado un apoyo la esfera del planeta. Diezmada la villa, último foco de resistencia antifascista en Galicia, una de las primeras acciones de los criminales de Falange fue decapitar la estatua del filósofo griego y arrojarla en una sima del río Miño. Lo que no sabían los bárbaros es que al arrancar la cabeza de Sócrates, se abría la espita de un gas tóxico que todavía no se ha disipado. Parecía que se había vuelto inodoro, pero la pestilencia ha vuelto. Es el mismo tufo mefítico que desprenden los papeles sincronizados donde se persigue la cabeza de Garzón. Ese olor irrespirable impregna ya una parte de la geografía del poder judicial y amenaza con contaminar todo el medio ambiente democrático. Esa tufarada mohosa amargó los últimos días del gran Vidal-Beneyto, que con razón se mantuvo en la frontera del exilio. Su última llamada fue para constituir una asociación que llevase el nombre de Walter Benjamin. Había escrito, Benjamin, que muchos documentos de "civilización" son en realidad documentos de barbarie. Esa es la doblez de las resoluciones que van a sentar en el banquillo a Garzón. Algo hemos avanzado. Por ejemplo, ya sabemos en cuánto valoran sus señorías el franquismo: 6.000 euros. Antes de que Garzón combatiese el narcotráfico, acabando con tantas complicidades, en las escuelas de la costa muchos niños respondían así a la pregunta de qué iban a ser de mayores: "¡Contrabandistas!". Ahora ya saben la respuesta correcta: "¡Corruptos!". Les irá mejor, siempre que utilicen el teléfono. Los documentos de barbarie que hemos conocido estos días resabian para el pillaje público y consagran los crímenes del franquismo. ¿No es todo esto una marea de mierda? Hay que rescatar la cabeza de Sócrates.

El creador de 'Cantajuegos' ultima su publicación en Latinoamérica

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