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Columna
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El cabezazo

Las palabras de la fiscal Olga Sánchez contra los periodistas embusteros me recuerdan el cabezazo de Zidane propinado al jugador rival que no dejaba de provocarle a base de insultos racistas susurrados. Sus lágrimas, las de la magistrada, son como aquella mueca dolorosa de Zizi quien, aun sabiendo que infringía, tampoco ignoraba que no tenía alternativa, que a veces la decencia no puede elegir y que ninguna reprimenda, ninguna conminación resulta lo bastante persuasiva para domeñar la necesidad inmediata de vomitar la indignación.

Tenía razón la fiscal, y en mi opinión se quedó corta, pero lo hizo en el marco del juicio y ello -aunque, paradójicamente, Sánchez denunciara la injusticia de que esos profesionales del enredo y la calumnia envenenaran el proceso y ofendieran a las víctimas- ha proporcionado a esos canallas algunas astillas más con las que seguir alimentando su fuego dañino. Sin embargo, nadie puede arrebatarle a Olga Sánchez la satisfacción de haber expuesto lo que siente.

Viene al pelo lo escrito por el periodista francés Thierry Meyssan, presidente del Réseau Voltaire, en su libro L'effroyable imposture 2, manipulations et désinformations, refiriéndose a las unidades especiales creadas por los ejércitos de EE UU, Reino Unido e Israel. Meyssan les atribuye la capacidad de "difundir muy rápidamente y extensamente una noticia falsa, de modo que ésta sea objeto de comentarios y no de verificaciones". Añade que son hábiles para crear un "ruido informativo que capte la atención de sujetos privados de espíritu crítico". Dice también que esa intoxicación "no ha sido concebida para imponerse definitivamente, sino para ganar el tiempo necesario para el cumplimiento de la operación a la que contribuye". Sus reflexiones podrían servir para definir la actuación de la FAES, que elabora informaciones y las expande a través de sus medios afines. En éste y en otros casos: la operación, aquí, es que el PP vuelva a gobernar. Los ruidos, a menudo ensordecedores, continúan.

Buen cabezazo, señora fiscal.

(Nota: si, cuando Franco murió, cantamos: "Se va el caimán", al que ahora va a las Caimán, parece que para blanquearlas con su pinta de probo, habrá que inspeccionarle).

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