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Columna
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La cara

Manuel Rivas

Uno de los episodios más instructivos para entender la esquizofrenia del conservadurismo español a la hora de enfrentarse al pasado fue el que tuvo por pareja protagonista al entonces ministro de Información, Manuel Fraga, y su prometedor subalterno Pío Cabanillas. Lamentablemente ausente en los tratados de historia contemporánea, viene a cuento recordarlo ahora porque tal vez explique el inexplicable desnudo pornográfico de Jaime Mayor Oreja. Pues bien. Tenemos a Fraga y Pío desplazándose en coche oficial a una localidad de la ría de Arousa para inaugurar un teleclub. Llegaron demasiado temprano a la cita. No habían acudido todavía las autoridades locales ni había rastro de multitudes teleclubistas. Dado que el día se presentaba caluroso, los dos voluntariosos jerarcas catódico-analógicos acordaron darse un chapuzón. Había un inconveniente. No tenían bañador. Así que eligieron una cala discreta. En pleno baño, advertidos por el claxon oficial, los dos tritones pudieron observar la maniobra de un autocar que se detenía en el marco incomparable y del que descendió, en alegre algarabía, un grupo excursionista del colegio de monjas de Placeres. Fraga y Pío salieron a la carrera. La reacción del ministro, según leyenda que recoge el patrimonio oral, fue taparse con las manos las partes de la anatomía que los clásicos llamaban pudendas. Pero el poder genital de Palomares había quedado desfasado. Cabanillas, antes de cubrirse el rostro, miró de reojo hacia el jefe y le alertó con inteligencia profética: "¡La cara, Manolo, la cara!". Ahí se escenificó el dilema de la derecha española ante la dictadura. ¿Qué es lo que hay que tapar? Cabanillas realizaría una metamorfosis sin complejos y sería uno de los puntales reformistas de la UCD. Ahora, Mayor Oreja, todo un eurodiputado que en teoría representa en Estrasburgo a la España democrática, desmiente la evolución de las especies y emerge del chapuzón histórico exhibiendo las partes de la generación, vindicando la dictadura. ¿Cómo se explica esta regresión de la santa desvergüenza a la complaciente desfachatez? Porque sabe que nadie en su entorno político-mental le va a recriminar: "¡La cara, Jaime, la cara!". Menos mal que Pío dejó la solución para este tipo de averías históricas, cuando en memorable momento electoral declaró: "Ahora, lo urgente es esperar".

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