Los cerriles

Si en el mundo de la política imperara una justicia natural, que proviniera de la costumbre de tratar a las mujeres como iguales, el hecho de que hubiera tantas ministras en un Gobierno no sería reseñable. Cuando, por ejemplo, saltase a la vista que una mujer no está capacitada para un cargo se consideraría el asunto igual que cuando un hombre inepto manda por encima de sus posibilidades (ocurre con frecuencia), sin adornar las críticas con todas esas burlas paternalistas a las que ciertos varones tienen tanta afición. Pero, huelga decirlo, no hay justicia natural, la justicia es un músculo que se fuerza.
De cualquier forma, aun entendiendo que la paridad hay que forzarla, produce cierta incomodidad que el número de ministras sea tan comentado, como si fuera un regalo que tanto el que lo hace como el que se revuelve contra él estuvieran empeñados en destacar. Es molesto también pensar que la condición femenina se une a otras condiciones, las autonómicas, por ejemplo, con las que se quiere dibujar un panorama de estricta corrección política. Pero esa molestia que cualquier mujer siente cada vez que ve resaltado su género por encima de su inteligencia se diluye al apreciar la hostilidad que está provocando en sectores conservadores la presencia pública de las mujeres. Estos hombres, a los que unas ministras provocan tanta hilaridad, detestan verse definidos como machistas, ellos, que copan el mundo del periodismo, la literatura, la Academia, la empresa, etcétera, defienden que sólo los más brillantes deben llegar a la cumbre. Curioso que sólo encuentren la brillantez entre individuos de su género. ¡Qué gran idea de sí mismos! Así que, vista la reacción maleducada y casposa hacia estas señoras no queda otra, de momento, que alegrarse por su presencia. Aunque sólo sea por soliviantar a mentes tan cerriles.
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