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Columna
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Estos cestos

Llegadas a la madurez, las personas solemos reaccionar con espeluzno cuando alguien nos avisa: "Te voy a hablar con sinceridad". O bien: "Francamente". Ay, la que me va a caer, pensamos. Y en efecto: o te dejan, o te dicen que estás gorda, o que mejor te hubieras dedicado a otra cosa, o que nunca te han querido. La sinceridad intempestiva es una forma de hacernos polvo. También es una costumbre juvenil, que se atempera conforme aumenta nuestra estimación por la humana cortesía.

Cada vez que un político -sobre todo si es candidato a presidente ya casi gobernante- promete que siempre va a decirnos la verdad, a mí me dan ganas de enfilar hacia los Pirineos. La única ocasión en que creí en semejante aseveración fue durante la entrevista que le hicieron, en la por entonces televisión única, al candidato Felipe González. Corría 1982, veníamos de donde veníamos, Felipe era muy sexy y hasta mi madre, cartagenera prezaplanista, decidió confiar en el hombre nuevo.

Desde entonces, no más. Esas declaraciones resultan estremecedoras, por lo que tienen de exposición de la ignorancia acerca del poder que orna al candidato, y porque insinúan que o es un cínico o no ha superado la etapa del acné. Ahora Rajoy -que al fin desvela su programa político-, se compromete a contarnos la verdad en todo momento. Sería cuestión de que empezara por revelar la razón por la que se opone al impuesto sobre los patrimonios.

Sin embargo, ¿qué más da? A nivel de calle se habla de la casa millonaria que se está construyendo Zapatero, de que la crisis ha llegado porque los socialistas han despilfarrado los dineros escolarizando o sanando a inmigrantes, y de que estos que van a entrar sí que saben de finanzas.

Así que con estos mimbres, estos cestos.

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