ESO, ESO

Pisar las aulas, de vez en cuando hay que pisar las aulas de un instituto. Sentir el esfuerzo que ha de poner todos los días un profesor para enfrentarse a la muchachada. Notar cómo ellos, los alumnos, pueden derrochar una energía que les sobra y cómo el adulto la va perdiendo por el mero contacto con ese pelotón revoltoso, inclemente, que pone a prueba la resistencia del profesor. Hay que tener vocación para eso. Lo dicen los buenos profesores. Estos, por ejemplo, que me han recibido en el instituto Albero de Alcalá de Guadaíra. Yo pregunto y pregunto, porque creo que esto es el mundo real, fuera de tertulias y columnas, aquí es donde ese 31% que abandona las aulas sin terminar la ESO tiene nombres y caras concretos, aquí es donde se sabe el que se queda para estudiar o para incordiar. Los profesores son algo escépticos ante lo que dicen las autoridades educativas y, sin embargo, tienen que ser optimistas a la hora de hacer su trabajo, viven sometidos a un optimismo forzoso. Saben que el bachillerato ya no es lo que era; que la democratización de la enseñanza secundaria ha traído consigo, paradójicamente, una desigualdad social que aún no se sabe abordar; han sufrido el descoloque que supuso el desembarco de niños tan chicos en los institutos; han visto cómo la clase media ha optado de nuevo por la privada; son conscientes de que el problema no es sólo ese altísimo tanto por ciento que abandona la ESO, sino que muchos la terminan escasamente preparados. No son derrotistas, como dirían las autoridades educativas, que suelen enfurruñarse cuando se critica el sistema; su trabajo no se lo permite. Algún día, dicen, la prensa sabrá que aquí es donde se decide el futuro del país y nos colocará en primera página, al lado de los especuladores financieros. De momento, yo les dejo este rincón, en la última.
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