Lo que faltaba

Solo faltaba la ultraderecha, y ya está aquí. El verano pasado, la matanza de Utoya, en Noruega, devolvió a la Europa alegre y confiada a una época que nunca iba a volver. Con independencia de que Anders Breivik, alto, rubio, blanco, culto e internauta, sea o no un esquizofrénico, aquella masacre fue el primer crimen por odio ideológico que se cometía en el continente desde hacía muchas décadas. No es que en los últimos años no haya habido esquizofrénicos asesinos. Es que mataban por otras causas.
En la última semana, Turín, Lieja y Florencia han consolidado la tendencia. Una noche de cristales rotos -aunque en las chabolas de los gitanos que incendiaron los ultras del Juventus no habría muchos-, un atentado indiscriminado de un enamorado de las armas de fuego y, por fin, un ultraderechista de la raza superior tirando al blanco sobre los vendedores ambulantes senegaleses que intentan ganarse la vida en la calle. Gianluca Casseri no vestía una camisa parda, pero su proeza encaja a la perfección con la teoría y la práctica del fascismo que se apoderó de Europa, empezando por Italia, hace 80 años: odio racial, complejo de superioridad, sensación de impunidad derivada de la convicción de que su país le pertenecía, fanatismo ideológico y desprecio por la vida de los otros. Nordine Amrani ni siquiera era ario, y, sin embargo, compartía varias de estas características que la estampa de Breivik, disparando al azar sobre los militantes de las juventudes socialistas de Noruega, ejemplifica de manera admirable.
En 1930, Occidente sufría las consecuencias de una terrible crisis económica. En 1930, los líderes europeos demostraron ser incapaces por igual de tomar decisiones sobre la crisis y sobre la radicalización ideológica que provocó el empobrecimiento de sus ciudadanos. La historia del siglo XX es agorera, yo no.
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