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Columna
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La furia

A veces pienso que hemos entendido que la libertad es ese derecho que nos permite vociferar, señalar a un culpable y lincharlo. Eso es lo que le ocurrió al pobre hombre que de llevar a su hijastra a la escuela pasó a entrar esposado en una comisaría.

Gracias a una falta de discreción encadenada, la de los médicos, la policía, la justicia y los medios, reconocimos en esa imagen el rostro del asesino y la turba más primitiva corrió a las puertas del furgón a disfrutar de la ejecución moral. Como ya no nos alimentamos más que de pies de foto y titulares, como ya estamos dejando de leer esa letra pequeña en la que se aprecian los matices y las verdades, miramos al individuo y lo sentenciamos: asesino, púdrete en la cárcel.

Hablo en plural, sí, quiero hablarles en plural, porque hoy más que nunca los periódicos los construyen también los lectores, que pueden participar activamente al pie de una noticia, y si hacía dos días los medios digitales se inundaban de exabruptos implacables contra este muchacho, ayer la culpabilidad se desplazaba con la misma intensa rabia hacia la clase médica, la justicia, los medios y el feminismo, o el "hembrismo", como leí ayer en varios de esos mensajes; una expresión que me inquieta por lo que tiene de furia soterrada. No sé cuál es el filtro que tienen las opiniones de los lectores, a veces me da la impresión de que ninguno. Sé, eso sí, el filtro que yo tengo cuando escribo, ese filtro se llama educación.

Desearía que el imperdonable error cometido con un inocente sirviera para contener la ira, porque escribir un mensaje en un digital debiera ser algo importante; en algunos países, incluso, la publicación de una carta se puede incluir en el currículum profesional, y es prestigioso para un periódico que las cartas tengan altura. Ayer las únicas memorables fueron las que se limitaban a pedir perdón.

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