El golpe

Me ha parecido oír de nuevo el repique de los teletipos. El muchacho inquieto corre hacia el redactor jefe. Con gesto grave, indaga entre líneas y murmura: "¡Es un golpe!". Alguien mueve el dial de una vieja radio, y a los 50 años de su muerte, se escucha una grabación de Albert Camus: "Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa". En las secciones de Internacional del mundo entero destacan la suspensión del "juez pionero de la justicia universal" (Le Monde, ayer) y la apertura de juicio por haber atendido las denuncias de familiares de víctimas e intentar investigar crímenes contra la humanidad que no prescriben. Es acusado de prevaricador precisamente quien rompió por una vez la infame rutina prevaricadora: según la ley, en España los jueces tienen la obligación de personarse cada vez que aparecen restos humanos con señales de violencia. Se han exhumado miles de víctimas en los últimos diez años, gracias a voluntarios, pero los jueces, con un par de excepciones, nunca comparecieron ni para dar el pésame, pese a ser llamados desde el locus horroris. El final de Garzón estaba escrito en la agenda de los torvos. No se molestaban ni en ocultar las pistas. El portavoz de Justicia de la derecha senatorial consultó el oráculo y dijo en brutal homenaje a la presunción de inocencia: "Va a tener tiempo para cazar abundantemente, si es que está en la calle" (Agustín Conde, refiriéndose al juez Garzón). Todavía algunos ilusos no ven la maniobra torva que anticipa la impunidad de los corruptos. Eso escribió Flaubert a Turgueniev: "Siempre he intentado vivir en una torre de marfil, pero una marea de mierda no deja de golpear sus muros y amenaza con tirarla abajo". ¿Habéis oído? Sí. Ese es el sonido de un golpe de mierda.
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