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Columna
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Cuatro líneas

Manuel Rivas

Me fascina el cuadro de las botas de Van Gogh. Esos dos zapatones pueden verse como las páginas centrales de un manifiesto de la Tierra. Parecen contener la memoria de todo lo que la humanidad ha andado. Incluida la humanidad descalza. Parecen hechos con el cuero de todos los despellejados de la historia. Seamos sinceros. Cada uno, en su interior, está pensando estos días en a quién le arrojaría un par de zapatos justicieros. Y de lo sucedido a Bush en Bagdad bien podemos decir lo que aquel profesor de Derecho cuando amonestaba a un alumno jactancioso: "Le ha salido a usted el tiro por la horma del zapato". Ayer, Human Rights Watch lanzaba unos zapatos de piel humana sobre la situación de los derechos en el Sáhara Occidental, ocupado por Marruecos, y en los campamentos de Tinduf. La organización humanitaria evita pronunciarse sobre las salidas políticas al conflicto, pero su informe mesurado, contenido, donde incluso se reconoce un avance en materia de derechos humanos en el real territorio marroquí, refleja con objetividad, es decir, con encarnizada precisión lo que está ocurriendo en el Sáhara ocupado, a unas pocas horas de vuelo de Madrid: "Las fuerzas de seguridad detienen arbitrariamente a manifestantes y presuntos activistas saharauis, a los que golpean, torturan y obligan a firmar confesiones policiales incriminatorias, todo ello con virtual impunidad; y los tribunales los condenan y envían a prisión mediante procesos injustos". Esas cuatro líneas pesan ahora mismo mucho más que todos los legajos. El reino de Marruecos levantó un muro de 2.000 kilómetros para frenar a los saharauis que viven el inhóspito éxodo desde hace más de 30 años. Pero el muro no puede ocultar esas cuatro líneas. Comprendo ahora más que nunca al niño saharaui, descalzo, que en una escuela promisoria levantada en el pedregal preguntó en español delante de una esfera terrestre abollada: "¿Y no hay otra?".

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