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Columna
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Lo peor

Rosa Montero

Lo peor es la crueldad. Sin duda hay otros males en el mundo, como la ambición desenfrenada, capaces de provocar suficientes desgracias. Pero lo peor es la crueldad, sobre todo cuando se ejerce contra seres indefensos: contra niños, contra animales. Contra esas víctimas tan plenas que ni siquiera pueden entender lo que está sucediendo, de modo que el tormento que sufren se convierte en su única realidad, en su único universo. En un infierno incomprensible y eterno.

No creo que el ser humano sea forzosamente malo. Al contrario, con el tiempo he ido confiando cada vez más en la cuota de bondad de las personas, por más que a algunos la mera mención de la palabra bondad les parezca ñoño y poco moderno, porque está de moda el cinismo barato e ir de tipo duro, aunque luego se posea el más insustancial corazón blandiblup. Pero es cierto que, cuando asoma su rostro repugnante la crueldad, resulta muy difícil mantener la esperanza. Cuando emergen monstruos abisales como el verdugo austriaco. Cuando se atisba la vastedad de las redes de pederastia. Cuando aparecen bebés quemados con cigarrillos por sus padres.

O cuando suceden atrocidades como la de la protectora de animales de Carcaixent, Valencia: unos salvajes asaltaron las instalaciones y, tras atar con alambre a Regina, una mastina, abusaron sexualmente de ella, le metieron frutas por el ano y la torturaron hasta matarla. La protectora teme que el ataque se repita. Quieren desalojar a los perros y necesitan ayuda de todo tipo (www.protectoradecarcaixent.com, número de cuenta Ribercan 0182 0552 29 0201540080). ¿Qué se puede hacer cuando la crueldad se abate sobre nosotros y convierte este mundo en un planeta negro, en una realidad enloquecedora e inhabitable? Tal vez respirar hondo y perseguir a los crueles, ayudar a las víctimas, intentar hacer el bien, maldita sea.

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