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Columna
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La peste

Manuel Rivas

¿Asistimos a una crisis o a una peste de miedo provocada? De Naomi Klein y su "doctrina del choque", en la que profetizó el auge de un capitalismo del desastre, podemos hoy decir lo que de la literatura de Kafka en su propia metáfora: escribió "como un reloj que adelanta". The shock doctrine se publicó en 2007, y fue criticado con sorna como un panfleto por los ventrílocuos del complejo mediático-financiero, entre otras cosas por poner con las vergüenzas al aire a la economía friedmanita. Una economía golpista, y lo digo en sentido metafórico, marítimo, que no se me incomoden los discípulos del talentoso premio Nobel y asesor de macroeconomía espiritual del filántropo Pinochet. A lo que vamos. Según Milton Friedman, "solo una crisis produce un verdadero cambio". Siempre, claro, que las ideas adecuadas "anden por ahí". Y vaya si andan. Nada de quilombos periféricos. Esta peste que se extiende en las viejas metrópolis tiene el contrapunto del éxtasis friedmanita, con cómicos números de farsa. Grupos desesperados de ricos intentan en vano que les suban los impuestos, conscientes los magnates de que pagan menos tasas que sus chóferes. A este paso, van a conseguir la exención total, para que se jodan por traidores. Mientras tanto, la nueva dirigencia de los conservadores republicanos, con el Tea Party, esa infusión con adictos globales, se ha fijado como objetivo recaudatorio en los más pobres. Al fin y al cabo, los homeless duermen en los bancos. Cuando todo gira en un carrusel de cifras irreales, también todo el resto se va contagiando de irrealidad. Así pasó en los años treinta, recuerda Steiner. Y llegó la irrealidad. Lo inhumano. La peste. Al final de El año de la peste, de Defoe, un friedmanita cantaba alegre: "Terrible peste Londres asoló / En mil seiscientos sesenta y cinco; / Cien mil almas se llevó. / ¡Pero yo sobrevivo!".

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