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Columna
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'El resplandor'

Fue ver ayer en este periódico la foto con las notas que don Mariano estuvo pergeñando durante el debate (sobre el supuesto estado de esta pobre nación) y entrarme, de repente, un terror hitchcockiano respecto al porvenir que ni Con la muerte en los talones puede igualar.

No es el contenido solo. Es también la forma. Ese enredo de signos y señales. De igual manera que me asustan los metódicos, la gente que escribe con letra muy menuda, y no deja márgenes, y convierte las hojas de papel en mazacotes de letras a los que difícilmente puede encontrarse la salida, me desazonan las notitas encerradas en círculos, las iniciales, los bailes de palabras, los trazos en rojo, los circulitos, que parecen sentencias de vida, danzando en mitad de un paisaje atrabiliario. El contraste entre la barbuda señoría y su producto escrito me pone las vértebras de punta.

Todo ello unido a la fúnebre actitud, la frialdad, la determinación: son nuestro futuro. ¿En forma de panteón, con su musguito y su liquen? Busco en mi fondo de armario peinetas para rasgarme las vestiduras, pero ahora recuerdo que las enterré en el tacho de la basura cuando leí por primera vez La regenta.

Pese a todo, quiero creer que lo harán bien. Que el caballero de la barba recortada y la partitura dadá tiene un programa. Van a ahorrar, señores, sí, y van a generar inversión y empleo. Empleo, empleo, empleo. Ojalá, ojalá, ojalá. Peineta, peineta, peineta. Conjuro, conjuro, conjuro. Y rogativas al Papa, que seguro que Su Santidad echará una garra cuando venga a bendecir a la nueva España.

Pensándolo, lo de las notas me recuerda aquel momento de El resplandor en que la esposa de Jack Nicholson descubre que, en vez de la novela, él ha estado tecleando una sola palabra. Ahora bien: ¿cuál?

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