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Columna
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El ser, como poema

Sobre el tiznado páramo del dolor y la ausencia -"Porque la pena tizna cuando estalla", escribió Miguel Hernández, otro hombre desgarrado en versos-, Juan Gelman erigió lo que más se parece a un poema: un ser humano en pie con sus palabras, en pie con sus preguntas, en pie con su indignación, en pie con su búsqueda. En pie con su tragedia y con su ira. Cuando el poeta clama por justicia no es sólo suyo el grito. Es el clamor de todos, que tarde o temprano le acompaña. Gelman, pues, de antes del Cervantes, Gelman de tantos siempres. Gelman de su exilio y de nuestro equipaje.

Pienso en él, sentada, leyéndole, en mi balcón de Beirut. Junto a otras flores, perfuman el aire con su corta existencia nueve rosas de colores naturales, que jamás serán cercenadas. Aquí, al menos tres iglesias de Saint George -la catedral maronita, la griego ortodoxa y la armenio ortodoxa- exhiben la aguerrida figura del mundialmente acreditado asaeteador de dragones y salvador de doncellas.

Rosas lentas, de pétalos como hojas de libro, rosas pausadas que se reproducen en mi balcón, ajenas a la muerte temprana y a la vida estúpida; y otra, un obsequio de catalán a catalana en día tan señalado, en la imagen que mi amigo, el fotógrafo Samuel Rodríguez, me manda por correo electrónico: brota entre el cemento del campo de Chatila.

Les cuento esto hoy, ayer para ustedes, porque me parece una buena noticia hallarme en un balcón, sin que la intimidad me intimide, íntimamente leyendo, entre rosas que nunca degollaré: "Vení. / Buscaremos tesoros entre las telarañas. / La lluvia será de oro bajo los cielos malvas. / Vení. / Construiremos castillos en las alcantarillas...". En un balcón florecido y con poemas, sin lugar para la zafiedad ni para los sermones, sin mensaje que colocar. Mirando adentro. Esquivando cloacas.

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