A mí me sirve

Ha surgido en esta época un tipo de admirador de la neurociencia que establece con esta materia la misma relación que el beato tiene con la fe o el fanático con una ideología absoluta. En realidad, siente la misma necesidad imperiosa de creer en algo, y piensa, como cualquier creyente, que está en poder de la verdad. Me resulta curioso no haber encontrado jamás entre los científicos que conozco esa concepción de la ciencia como dogma. Tengo un amigo físico, que tras pasarse el día observando las correrías de unos ratoncillos que han de ayudarle a entender la memoria espacial, recorre la ciudad de punta a cabo para tumbarse en un diván y visitar, con la ayuda de un viejo psicoanalista, algunos pasajes de su memoria que aún le hacen daño. Alguna vez le he preguntado, ¿es compatible un trabajo tan riguroso con una terapia tan especulativa? Y él me contesta de manera contundente, "a mí me sirve". Si quisiera, tendría a su disposición tratamientos químicos para reducir la ansiedad, pero ha optado por la reflexión intelectual. Y es que hay algo misterioso en el alivio del dolor. A veces, el dolor se atenúa con una visita al médico si el médico sabe mirar a los ojos del paciente.
Estos días, Sanidad ha concluido que de poco sirven las distintas disciplinas naturistas o alternativas. Sin embargo, una de las investigaciones inconclusas y sorprendentes de la ciencia consiste en entender la relación del enfermo con el placebo. La fe no mueve montañas pero, al parecer, mejora considerablemente el estado de un paciente que deposita su confianza en un tratamiento. No animo a dejarse engañar pero sí a no ser en exceso racional. A veces sirve. Como le sirve al niño la mano de su madre cuando está febril. Ay, si esa mano se tuviera en la frente cuando tenemos que enfrentarnos a la muerte, seguro que el trance no sería tan duro.
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