El toro

Yo también estuve allí. En la plaza Monumental de Barcelona. Fui el quinto de la tarde. El segundo de José Tomás. Es verdad que en el tercio de muleta, después del toque de clarines y timbales, lo esperé escarbando en el suelo. Escarbando taimadamente, dicen las crónicas. ¿Qué hace un toro bravo, un cuvillo, escarbando en la plaza? Un puto agujero, eso es lo que hace. Lo que yo quería hacer. Un pasadizo imposible que me llevara por las cloacas de la ciudad hacia el Mediterráneo. Pude oler ese sueño. El mar espantando las moscas y con su lengua hembra lamiendo de yodo los puyazos. El bramido del mar acallando el de aquella gente. Porque yo no temía a José Tomás. De quien yo tenía miedo era de ellos, de la turba entendida. Uno se alzó y gritó "¡Viva la fiesta nacional!" y el coso entero, lo sabrán por las crónicas, jaleó la consigna. En mi lengua, y lo sé por un viejo manso, un toro que se salvó por maricón, lo que eso significa es sermo inanis omnis est. Toda conversación es inútil. Viva la fiesta nacional. O sea, se acabó la fiesta. Llegó la hora de la verdad. La hora de la muerte. La verdad, la muerte. ¡Carajo con el sinónimo! Allí, entre el público, había grandes artistas. Podía salir alguno y contar chistes. Chistes taurinos, de cornudos y así. También se puede morir uno de risa. Y grandes eruditos. Había allí gente con mucha prosodia. Ramón Gómez de la Serna vestía traje de luces para las conferencias y así abarrotó los teatros de Buenos Aires. Hizo de la conferencia una fiesta nacional. Uno de los sabios presentes en la Monumental, Fernando Sánchez Dragó, dijo que la corrida era un acontecimiento "político-taurino". La tauromaquia engagé, comprometida. Llegará el día en que Dragó presentará el Telediario en traje de luces con noticias verónicas, crónicas chicuelinas y reportajes molinetes. A mí, en la Monumental, me gustó el silencio de José Tomás. Hicimos una buena faena, con voluntad de estilo. En los medios, lo más lejos posible de la turba entendida. Hubo un momento en que compusimos una misma figura envolvente, una extraña forma de vida, un melancólico fauno. Hasta que llegó la hora de la verdad. De la fiesta. De la muerte.
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