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Columna
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La trompeta

Hace 65 años se produjo el desembarco de las tropas aliadas en las playas de Normandía. En Francia cantaba Edith Piaf y aunque la Resistencia se reconocía en aquella voz de pájaro herido, la libertad llegó a Europa acompañada de los trombones del swing, de los saxos y trompetas del bebop y bailando el boggie-boggie, la música de jazz creada por negros. Está escrito que decenas de miles de afro-americanos participaron en la II Guerra Mundial. En principio se les relegó a servicios auxiliares, como cocineros o conductores, para reservar la gloria del combate sólo a los blancos; luego fueron asimilados a la lucha y se formaron algunos batallones sólo de negros para ser ofrecidos como carne de cañón a los hierros de la Wermacht. Al margen de su preparación para las armas, hubo un hecho inapelable: sobre el estruendo de los carros de la victoria los músicos negros impusieron en Europa un sonido sincopado, que cambió el espíritu de la época. Todas las personas que se sintieron libres comenzaron a mover los pies al compás que ellos marcaron. Terminada la guerra los negros vivos volvieron a casa y después de haber dejado miles de hermanos muertos en el campo de batalla, en su país se encontraron con que tenían que ceder como antes el asiento en el transporte público a un blanco, comer en restaurantes distintos, usar distintos lavabos; en el sur se repetía el rito de la soga y los linchamientos bajo el resplandor de una cruz en llamas, mientras muchos europeos creían que era Gene Kelly quien les había salvado de las garras del nazismo bailando en las calles de París. Un día la negra Rosa Parks se negó a ceder el asiento a un blanco en un autobús de Alabama; luego llegaron los panteras negras y Martin Luther King. Hace ahora 65 años, en la playa de Omaha de Normandía, bajo el fuego alemán, un coronel yanqui le dijo a un soldado negro: "Oye, chico, deja el fusil y toca la trompeta para alegrarnos la vida". Los cañones se han apagado, pero el swing de aquel soldado sigue sonando todavía. Después de 65 años, otro negro, llamado Barack Obama, ha recorrido las playas de aquel desembarco y ya no es cocinero ni camillero, sino conductor del destino de Norteamérica.

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