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Columna
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El velo

Llevo tiempo dándole vueltas al tema del velo islámico, porque los articulistas somos un poco como agricultores de ideas, esto es, nos plantamos asuntos en la cabeza y los dejamos madurar, a ver si algún día echan flores. En realidad lo de si Europa debe permitir que las niñas musulmanas lleven velo o no es una cuestión esencial, porque define justamente cuál es el tipo de sociedad en el que queremos vivir. Nuestro futuro será indudablemente mestizo, pero hay maneras muy distintas de serlo.

Los franceses, con ese laicismo que tanto les envidio, han prohibido no ya el velo, sino incluso el pañuelo en los colegios. Una se siente tentada a respaldar la medida por su aroma seglar y feminista, pero las cosas no son tan simples. El sábado salió en EL PAÍS una entrevista con Özdemir, una belga de 26 años y ascendencia turca que acaba de entrar en el Parlamento regional y que ha organizado cierto escándalo al jurar su escaño llevando el pañuelo islámico en la cabeza. Y no sólo el pañuelo: usa manga larga y falda hasta los pies. Venía una foto en el diario y estaba preciosa, aunque seguramente un poco recocida para el verano. Pero, ¿qué diferencia hay entre eso y las tocas de las monjas? Özdemir parece una chica moderna y razonable. Por ejemplo, está en contra de cubrir el rostro, y ésa es una frontera decisiva. No confundamos el velo con el pañuelo: creo que la UE jamás debería permitir los burkas, que marginan y borran a la mujer. Pero el chal en torno a la cabeza, ¿por qué no? Hay que conseguir aunar la defensa cerrada de los derechos democráticos con la admisión de aquellas costumbres que, en realidad, no coartan esos derechos. La frontera del mestizaje pasa por un ejercicio constante de sensatez. O lo que es lo mismo: hay que seguir pensando en estos temas y dirimiendo los casos de uno en uno.

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