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Columna
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Sin vergüenza

Quizá por el hecho de que empecé en periodismo en los tiempos en que Samaranch lucía con elegancia el uniforme de refinado falangista catalán -su planchada cabeza surgía de la camisa azul como la de un lagarto satisfecho-, ya casi nada me asombra. Hay cosas que me indignan. Muchas: los silencios cómplices, la falta de justicia, el aburrimiento, los debates estériles, el desprecio a la vida. No obstante, como observadora, raramente me asalta el esplendor de la sorpresa, ese deslumbramiento repentino que condensa en una misma oferta la sublevación de un grito, la ironía de una crítica y la cruda realidad de los hechos.

Algo de eso, sin embargo, ocurrió ayer. La ilustración de Chris Ware que la revista Fortune no quiso publicar, y cuya no aparición, como suele ocurrir en estos tiempos, fue aireada muchas más veces y mucho más eficazmente por los medios del momento que si hubiera salido en portada, tal como estaba previsto. Seguro que muchos de ustedes la vieron, la estudiaron, se detuvieron en sus interacciones. Una obra de arte, ese retrato del capitalismo digno de un Bosco de hoy, que no cree en el castigo de los culpables y al que sólo le cabe mostrarlos en su refocilamiento bestial. Como nuestro Roto hace día tras día, mosaico a mosaico, pero por una vez saliendo de las propias entrañas del sistema. La ruina de países enteros que estos días contemplamos como si tal cosa se debe a personas con nombres y apellidos. Desfilan por los papeles, embusteros, sonrientes, cínicos. Convencidos de que aunque el mundo se hunda a ellos siempre les quedarán sus paraísos fiscales. Ninguno de esos canallas va a pegarse un tiro en la sien, ni que sea por esteticismo decadente. Ahí están, en la terraza del dibujo de Chris Ware, disfrutando.

Casi nada me sorprende. Sólo la bondad. Es realmente increíble que exista todavía la bondad, entre tanta basura, tanto sinvergüenza.

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