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Columna
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La vida dulce

Rosa Montero

Henos aquí en mitad de la canícula y quizá de nuestras vacaciones. O sea, justo en esos días con los que soñamos el resto del año. Un tiempo de sensualidad en el que decidimos mimar nuestro cuerpo: la gozosa pereza de levantarse tarde, el placer de comer y beber con cierto exceso, el gustito de sentir la frialdad del agua por encima de nuestra piel recalentada. Todo perfecto, salvo por esa tonta tendencia que padecemos los humanos a sentirnos insatisfechos con lo que tenemos y a fastidiarnos el presente con cualquier fruslería. Como decía John Lennon, la vida es eso que sucede mientras nosotros nos dedicamos a otra cosa.

Y esa otra cosa puede ser una estupidez. El otro día vi a una chica treintañera en una playa cubierta con una camisola hasta las rodillas. "¡Que no, que no me quedo en bañador, que estoy muy gorda!", decía con exasperación a sus amigas. No sé qué está pasando en España con el cuerpo: somos el primer país de Europa y el tercero del mundo en operaciones de cirugía estética. Se diría que no conseguimos aceptarnos como somos. Por añadidura, la obsesión por la delgadez es un malentendido mundial. Hace unos meses, una revista femenina australiana publicó las fotos de cuatro chicas con tipos distintos y los lectores tuvieron que elegir el cuerpo ideal. La mayoría de los hombres eligieron a una joven que había sido descrita como "con sobrepeso" por el 85% de las mujeres. Y la modelo que recibió la gran mayoría de los votos femeninos sólo obtuvo un 19% de los votos masculinos: la chica era un espárrago. No sabemos vernos, de la misma manera que no sabemos apreciar el presente en toda su riqueza e intensidad. ¿Un cuerpo gordo? No, un cuerpo sano, una realidad apacible, un momento feliz. Déjate de pamemas y disfruta el regalo de esta vida dulce que te late en las venas. Porque luego se acaba.

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