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Reportaje:ESCAPADAS

Cena en la casa de Robert Graves

Un periplo irlandés en coche hasta los alucinantes paisajes del Ring of Beara

Jordi Soler

Este viaje tendrá su punto culminante en The Ring of Beara, un sistema de caminos que suben y bajan por las montañas de una península que está situada en el condado de Kerry, en el suroeste de Irlanda, y que deja sin aliento a quien se atreve a conducir su coche por ahí. Pero antes de llegar a aquel portento de la naturaleza hay que ir haciendo escalas en lugares para comer, dormir o beber una pinta; para ir conformando eso que, en rigor, se denomina "viaje".

Un viaje que ha de hacerse, como acabo de sugerir, en coche, preferentemente de alquiler, para no acobardarse en los momentos en que la pintura metálica entra en conflicto con el bordillo medieval que delimita las carreteras. Por estas carreteras de bordillo y ciertamente primitivas se va llegando a West Cork, una alucinante región que se encuentra en el sur de Irlanda.

Antes que nada hay que plantarse en Dublín, subirse al coche de alquiler y tirar hacia la ciudad de Cork, que es un interesante lugar con un puñado de historias, un montón de sitios para comer y una estimulante población universitaria, que pasaremos de largo para llegar a tiempo a Kinsale, el primer punto de nuestro viaje en coche, que es una inquietante ciudad medieval y marinera, con una bahía de tarjeta postal y una flotilla de barcas que se quedan sin agua, titubeantes sobre la arena, durante los periodos de marea baja.

Nada más llegar a Kinsale, como ya llevaremos unas horitas de coche, y en previsión de lo que se avecina, hay que alquilar una de las acogedoras habitaciones que ofrece el hotel Blue Haven; si es posible, una que tenga vistas a la bahía, porque la belleza de su acogedor diseño es inversamente proporcional a sus dimensiones, y si usted excede el metro ochenta de estatura, es probable que a medianoche encienda involuntariamente el televisor con el dedo gordo del pie; dicho lo cual, las vistas a la amplitud de la bahía pueden resultar un verdadero alivio. El hotel tiene restaurante para desayunar y, sobre todo, un pequeño bar que parece una página bucólica de Jane Austen.

Una vez dejadas las maletas en la habitación, hay que ir a sentarse al Fishy Fishy Café, un restaurante familiar de pescados y bichos del mar, que está montado en el garaje de una casa y que ofrece, junto con el Cavinston's de Dublín, una de las cocinas más competentes de la isla. El Fishy Fishy produce platillos de una exquisita sencillez, el pescado sabe a pescado, y el bogavante, a bogavante; su cocina es, y esto es de agradecer, la antítesis de la nueva cocina de diseño que últimamente se contagia, como un virus, a todos los chefs de Occidente. Este restaurante no admite reservas y abre todos los días del año entre las 12.00 y las 16.30.

Esgrimiré una prueba, confiando en la buena fe de usted: un mediodía de intenso antojo, hace unos años, desvié 200 kilómetros un viaje que iba hacia otro punto cardinal sólo por el placer de sentarme a comer en el inconcebible Fishy Fishy. Como suele pasar en los pueblos irlandeses, más que una calle y un número, lo que hay es un par de indicaciones para llegar a un sitio, que en este caso son las siguientes: caminando hasta el fondo de Main Street, un poco antes de que esta calle confluya con la Higher O'Connell, se llega naturalmente al Fishy Fishy. Para este restaurante no hay más truco que ir probando de todo, con énfasis en los crustáceos, y echar mano de la invaluable ayuda del vino blanco que ahí se ofrece.

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Una canción clásica

Después del festín, que será inolvidable, tontea uno un rato por el pueblo mientras canta a voz en cuello, porque el vinillo lo ha puesto muy achispado, I'll tell me Ma ("Tell me Ma when I go home, the boys won't leave the girls alone...") o cualquier otra canción clásica irlandesa, y después se va uno a dormir, el sueño de los justos y de los bien comidos, al acogedor y diminuto hotel Blue Haven.

El camino que recorreremos al día siguiente irá pasando por una serie de pueblos, todos hermosísimos y también con bahías de tarjeta postal y barcas tambaleantes sobre la arena en horas de marea baja; estos pueblos son tan pequeños, que los sitios que iré recomendando, como ya pasa en Kinsale, no tienen direcciones, y si las tienen, están escritas en gaélico, una lengua incomprensible si usted no ha nacido en el Gaeltacht, la zona gaélica de esta isla.

La idea es ir haciendo escalas durante todo el día, para digerir de manera integral el paisaje, en lo que llegamos a Ballylickey, el sitio donde pasaremos la noche. La primera será en el breve Glandore, donde no está de más beber una pinta de Guinness en la terraza del hotel Marine (si el frío puede aguantarse, claro). Luego hay que ir visitando, perdiéndose un poco por esos caminos medievales de amenazante bordillo, Schull (el pub T. J. Newman es pintoresco y estupendo), Glengariff, Skibbereen, Durrus y Ballydehob, donde hay que visitar el pub Levi's, que nada tiene que ver con los famosos tejanos. Llegando a Ballylickey, hay que hospedarse en un sitio llamado Manor House, cuya dirección es "Ballylickey, Bantry Bay, Co. Cork, Ireland". Para paliar un poco los grandes trazos de la dirección, añadiré el teléfono: 00 35 32 75 00 71.

Manor House fue la casa de veraneo de Robert Graves, y esto, de entrada, le da al viajero la ilusión de estar durmiendo en la cama del poeta, cenando en su mesa y bebiendo vino de la cava de su familia en su mismísima copa. La casa es un palacete de maderas rechinantes, de trescientos años de antigüedad, que tiene varios saloncitos y rincones soberbios para sentarse a leer o a conversar frente a una chimenea. Manor House pertenece ahora a un sobrino de Robert Graves, y esto ha logrado preservar, hasta cierto punto, su espíritu.

Al día siguiente, muy temprano, hay que iniciar la ascensión en coche hasta la cima del Ring of Beara, y mirar desde ahí el mundo; la carretera, de temerarios bordillos y angosta hasta la angustia, da la vuelta a la península en un periplo que mide 195 kilómetros; empieza en Kenmore y acaba en Glengarrif, pero la mejor parte de este ring, o anillo de caminos, está a unos kilómetros, en vertiginosa ascensión, de Kenmore, en un punto específico de nombre Healy Pass; desde ahí, cualquier persona sensible, ante aquellos paisajes insólitos de montañas verdes que se meten como animales al mar, lo mínimo que hace es detener el coche y ponerse a llorar.

JORDI SOLER es autor de La última hora del último día (RBA, 2007)

GUÍA PRÁCTICA

Cómo ir- Iberia (902 400 500; www.iberia.com) vuela a Dublín a partir de 124 euros, precio final para ida y vuelta desde Madrid.- Ryanair (www.ryanair.es) viaja a Dublín desde una decena de aeropuertos españoles. Ida y vuelta desde Madrid, a partir de 45,52 euros, tasas y gastos incluidos.- Aer Lingus (www.aerlingus.com) ofrece vuelos a Dublín y Cork desde varios aeropuertos españoles. Ida y vuelta a Dublín desde Madrid, a partir de 60,57 euros, todo incluido.Dormir- Blue Haven (00353 21 477 22 09; www.bluehavenkinsale.com). Pearse Street. Kinsale. La habitación doble con desayuno sale entre 140 y 160 euros.- Hotel Marine (00353 28 333 66; www.themarine.ie). Glandore. Habitación doble con desayuno, entre 99 y 125 euros, según la estación.- Manor House (00353 27 500 71; www.ballylickeymanorhouse.com). Ballylickey. Del 1 de marzo al 14 de mayo y del 27 de septiembre al 3 de noviembre, a partir de 80 euros por persona (160 la doble). El resto del año, a partir de 100 (200 la doble). Oferta de primavera, cena, alojamiento y desayuno, desde 129 euros por persona.Comer- Fishy Fishy Café (00353 21 470 04 15; www.fishyfishy.ie). Kinsale. Precio medio, entre 20 y 40 euros.Información- Oficina de turismo de Irlanda en España (917 45 64 20; www.discoverireland.com; www.tourismireland.com).- www.kinsale.ie.

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