_
_
_
_
_
Reportaje:AL SOL

Deià o el arte del idilio

Un enclave al norte de Mallorca cuyo secreto prestigio sigue vivo

La revista Forbes, conocida por sus listas de millonarios, ha elegido a Deià, en Mallorca, como uno de los "10 lugares de Europa más idílicos para vivir". ¿Será cierto por una vez?, me pregunto mirando por la ventana de casa, a través de uno de esos cristales antiguos que distorsionan pictóricamente el paisaje. Veo la iglesia de Deià, que desde aquí parece una abadía medieval aislada en las estribaciones de una montaña. Podría estar en la Toscana o en Grecia. Mirando por la ventana de la izquierda veo el mar encajado entre el cielo alto y los bancales de olivos que descienden escalonados. Sólo una casa, Son Bujosa, señalada por el penacho de una palmera. Los paisajes de una y otra ventana podrían pertenecer a lugares diferentes. El de la costa es casi idéntico al que veía mi abuelo cuando estuvo aquí por primera vez en los pasados años veinte. Para él, es verdad, este paisaje era el decorado de un idilio. La representación en el alma de la paz y el amor. Desde que lo vio le fue fiel: regresó siempre, lo hizo suyo. A un tiro de piedra, también por aquellos años otro hombre de su edad que a su vez había hecho la guerra decidía algo parecido sintiendo lo mismo. Se llamaba Robert Graves y era poeta.

Por entonces Deyá, como antes se escribía, gozaba de un secreto prestigio en Europa. Su belleza y su especial atmósfera ya habían sido adoptados décadas atrás por el archiduque Luis Salvador, de la casa imperial austro-húngara. El noble había comprado varias fincas (entre ellas Miramar, donde Ramón Llull fundó su cátedra de lenguas orientales) y se había establecido en Son Marroig, sobrio palacete que mira a la Foradada. Su prima Sisi le visitó allí, además de otros personajes ilustres. Si la extraña pareja Sand-Chopin puso en el mapa la vecina y altiva Valldemossa, Luis Salvador y luego Graves tuvieron la culpa de que el nombre de Deià empezase a sonar.

Hasta los años cincuenta el pueblo de la costa norte languideció en su esplendor recóndito. Para mi abuelo esos fueron los mejores años, aunque duros. Deià era un lugar de trabajo extenuante (el olivar, la montaña) y de feliz descanso veraniego para algunas pocas familias de la ciudad, entre ellas la nuestra. Entonces regresó Graves con los suyos tras el largo paréntesis de las guerras, cuando vagó de aquí para allá nostálgico de las "albas perezosas" y el olor nutricio de la leña de olivo. También para él aquéllos fueron los mejores años. El éxito de Yo, Claudio le permitió escribir poesía y vivir tranquilo dedicado a la Diosa Blanca. Empezaron a venir extranjeros atraídos por rumores de paraíso, convirtiendo poco a poco Deià en un islote de tolerancia y placer parecido a Formentera. Cuando yo tenía 4 años la colonia foránea de artistas, músicos y hippies en general ya era numerosa. La pintura, la música, la poesía, el pensamiento: el lugar era un caldo de cultivo de paz y amor. Una orgía perpetua. A la mayoría Deià les sentaba divinamente, lo mismo que había pasado con Luis Salvador, Graves y mi abuelo, cada uno a su manera. No deseaban vivir en otro lugar, aunque muchos iban y venían de Londres, París o Nueva York.

¿Por qué? Nadie lo sabe, nadie ha logrado definirlo. Se dice que quien bebe del agua de la fuente de Deià queda cautivo. Conozco personas muy sensibles que a los pocos días de estar aquí han salido corriendo porque la montaña (un muro inmenso que nos separa del resto del mundo) les enloquecía. Algunos, sin embargo, sobrevivieron al vértigo inicial, se quedaron y tuvieron hijos. Lo cierto es que, siguiendo con la historia, en los años ochenta ya han brotado muchas casas nuevas en torno al pueblo y la costa de Lluch Alcari. Ediles y especuladores viven tiempos dulces. Richard Branson compra dos fincas y construye La Residencia, hotel de lujo. Aparece Michael Douglas, de la mano de la risueña Diandra. El pueblo prospera, expandiéndose. Abren nuevos restaurantes. Se alzan voces de alarma. Algunos se van, otros regresan.

Y mientras las cosas cambian la gente del pueblo intenta conservar su diversa identidad colectiva, convencidos de que este paraje agreste es el mejor lugar del mundo para vivir. Catalina de C'an Deià cuida su huerto en torno al torrente que horada el Clot; Tomeu poda los olivos retorcidos en el misterioso huerto de son Bauçà; Jaume, nieto del barbero, repara los tejados de las casas y las paredes de piedra seca; Carl Mansker compone solos para piano en el castillo; Bob Bradbury pinta tapices orientales con la paciencia y el método de un monje medieval; envuelto en luz, Matti Klarwein hace el amor a cien vírgenes con su pincel.

El mar visitador

Boletín

Las mejores recomendaciones para viajar, cada semana en tu bandeja de entrada
RECÍBELAS

¿Reconocerían hoy Graves y mi abuelo al Deià de hoy desde sus casas a ambos lados de la garganta que desemboca en la cala? No me cabe duda que sí. Lo esencial sigue ahí: los olivos tristes, la montaña constrictora, el mar visitador. La vida sigue siendo felizmente dura. En invierno la humedad arraiga en el hueso. Y en verano el xaloc, que gira como un derviche encendido, nos asfixia. Pero tenemos días transparentes en otoño y las quietas tardes de enero, con la montaña velada por el sudario de la niebla que baja hasta el cementerio. Y el silencio tenso de las noches de luna. Y el tiempo que gotea, ligero y lento, con las campanadas de la iglesia y nos centra en el espacio en que vivimos.

No sé, quizá el idilio hay que llevarlo dentro. Los que vengan aquí buscando un lugar idílico habrán de hacerse un hueco entre las piedras de los bancales, acostumbrarse a las exigencias de un mundo cerrado y obsesivo. Como nos ha pasado a todos. El único idilio es vivir de manera acorde a quiénes somos y de dónde venimos.

» José Luis de Juan es autor de la novela Sobre ascuas (Destino).»

¿Has estado? Comparte tus fotos con otros lectores y manda tus recomendaciones

La playa de Cala Deià, en la localidad mallorquina.
La playa de Cala Deià, en la localidad mallorquina.TOLO RAMÓN

Guía

Cómo llegar

Deià se encuentra a 34 kilómetros de Palma de Mallorca.

Visitas

» Ca n'Alluny / Fundació Robert Graves (www.fundaciorobertgraves.com; 971 63 61 85). Carretera de Sóller, kilómetro 1. Abre de 10.00 a 17.00. Entrada, 5 euros.

» Hotel La Residencia (www.hotel-laresidencia.com; 971 63 90 11).

»Información

Turismo de las Islas Baleares (www.illesbalears.es).

» Festival Internacional de Deià (www.dimf.com; 678 98 95 36). Conciertos los jueves hasta finales de septiembre.

» Oficina de Turismo de Valldemossa (971 61 20 19).

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_