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La mina de la no ficción

El éxito de ‘No digas nada’, la crónica de Patrick Radden Keefe sobre Irlanda del Norte, llama la atención sobre un género en auge y que engloba desde relatos de guerra hasta una historia emocional del carbón en España

Alfonso Armada
Inauguración en 2019 del memorial en las Ramblas a las víctimas del atentado del 17 de agosto de 2017.
Inauguración en 2019 del memorial en las Ramblas a las víctimas del atentado del 17 de agosto de 2017.Joan Sanchez (EL PAÍS)

El periodismo narrativo, que no tolera un ápice de ficción para contar la realidad, se está haciendo por fin un lugar en las librerías. Hay logros, pero también espejismos. No todo es susceptible de convertirse en crónica de largo aliento. El material, el rigor y la habilidad para organizar la pesquisa dependen del talento del reportero. En eso, el celebrado No digas nada, de Patrick Radden Keefe, muestra una maestría que bebe de The New Yorker, donde trabaja, y su respeto religioso por los hechos, que ojalá abriera escuela aquí. Frente a tanta información previsible, repetitiva y sesgada con prosa rala que plaga los periódicos, la mirada minuciosa y amena sobre la realidad es una mina.

En Noemí Sabugal (Santa Lucía de Gordón, León, 1979) se cumple el dictum de que donde se mece la cuna nace un destino. Pero no todos lo asumen con la voluntad que a ella le ha llevado a escribir Hijos del carbón. “De la mina de carbón, esa garganta oscura, salen las palabras de este libro”, una lengua de antracita, hulla y lignito. Crónica de minas y mineros que ha explorado en todas las cuencas de España, como deja ver el mapa que abre este libro elegiaco, no romántico. A mediados del siglo XX había 100.000 mineros en España. En 2018, apenas 2.000. Ayer, un puñado. Plagado de hallazgos, como esos esclavos africanos en minas andaluzas del XVII. Esa es la línea de resistencia, con aportación de Roberto Arlt, para quien su lidiar con la muerte hizo de los mineros temibles revolucionarios.

'Hijos del carbón', de Noemí Sabugal.
'Hijos del carbón', de Noemí Sabugal.Alfaguara

Sabugal destila buena prosa y lirismo contenido (“sirena a destiempo que es heraldo de la desgracia”), perfora una cultura desaparecida, huellas visibles e invisibles en tantos paisajes, minas que a veces son teatros a cielo abierto, lavaderos, castilletes, montañas de escoria… y en tantos hombres y mujeres (los silicóticos, con el oxígeno a cuestas “y la derrota como destino”). Rescata símbolos como la lámpara Davy y hace hincapié en “la agencia de viajes más persuasiva del mundo: la pobreza”. En el hermoso final está la clave de estos Hijos del carbón, pero también su lastre: se pierde en su ciclópeo trabajo de campo, mapa subterráneo de España.

La periodista Anna Teixidor (Figueres, 1978) ha llegado con honestidad en Los silencios del 17-A (un título manifiestamente mejorable) todo lo lejos que ha podido en la investigación de los atentados yihadistas de 2017 en Barcelona y Cambrils. A veces la prosa encalla, pero puede que sea la versión castellana. ¿Cómo se convirtieron en yihadistas jóvenes de origen marroquí educados en España? No viven en barrios tan agrios como los que retrata el filme francés Los miserables. Demuestra que “la familia no es un elemento decisivo en la socialización política de estos individuos”. El libro hubiera tenido más nervio narrativo si Teixidor lo hubiera anclado en el imán de Ripoll, Abdelbaki Es Satty, el gran personaje, del que se dice que “aparentemente ha flirteado con los servicios de inteligencia españoles”. Probadas las visitas de Guardia Civil, Policía Nacional y servicios de inteligencia a Es Satty mientras cumplía prisión por tráfico de drogas, ese camino no se agota.

'Los silencios del 17-A', de Anna Teixidor.
'Los silencios del 17-A', de Anna Teixidor.Diëresis

Con sus nueve hijos en Marruecos, Es Satty vistió violencia con religión, una vía de construcción de la identidad que el Estado Islámico propaga con pericia en videoclips y videojuegos. Es Satty persuadió a jóvenes y adolescentes para entregarse al matadero de la yihad. ‘Los oratorios, un reino de taifas’ (300 en Cataluña) es uno de los capítulos más reveladores. La explosión de Alcanar, laboratorio del terror, evitó la voladura de la Sagrada Familia y precipitó una improvisación asesina en la Rambla. “Termino esta crónica periodística apuntando más reflexiones que conclusiones sobre un tema que presenta demasiadas aristas y lagunas informativas para darlo por cerrado (…). Lo hacen por convicción. Lo creen con la cabeza y lo sienten con el corazón”. Me temo que el intento de comprender y la simpatía (contenida) por el procés contaminan la mirada y condicionan una pesquisa que la llevó a Marruecos y Bélgica. Las buenas intenciones hacen que la crónica cojee.

Argemino Barro define Una historia de Rus. Crónica de la guerra en el este de Ucrania como un ensayo, y la crónica sufre. Habla del corazón partío entre lo que ofrecían Moscú (lazos tradicionales, eslavos) y Bruselas. El péndulo oscila entre la minoría prorrusa asentada al este, en el Donbás, y la mayoría proeuropea. Ucrania no fue nunca un país. El Rus de Kyiv (el autor explica por qué ha adoptado la grafía ucrania para el antiguo Kiev) se rompió con la invasión mongola. Así surgieron Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Cauto, avisa de que “los libros del futuro contarán la historia clara y precisa (…). Un hilo negro que va desde las protestas de Kyiv hasta la anexión de Crimea, y que ahora se prolonga en el Donbás”. Con buen equipaje histórico, y prosa que a veces le lleva a embelesarse y perder la perspectiva, sobre todo cuando los últimos capítulos se esponjan en Rusia, vibra cuando se asoma a la guerra en Donbás y recuerda el Holodomor, la hambruna atizada por la política de Stalin en Ucrania (entre tres y siete millones de muertos).

Portada de 'No digas nada', de Patrick Radden Keefe.
Portada de 'No digas nada', de Patrick Radden Keefe.Reservoir Books

Convertido desde su traducción en uno de los libros de la temporada en España, No digas nada surgió de un tema que a Patrick Radden Keefe le fascinaba como periodista y que tiene ecos españoles: “La negación colectiva: esas historias que las comunidades se cuentan a sí mismas a fin de asimilar acontecimientos trágicos”. Son años de investigación y una envidiable pericia a la hora de dosificar una historia estremecedora, la de la viuda Jean McConville, pobre, de 38 años y con 10 hijos, harto improbable espía al servicio del Ejército británico, asesinada por el IRA y hecha desaparecer. Ese crimen y la devastación de esa familia, despreciada por sus vecinos católicos, le sirven a Radden Keefe para reconstruir el terrorismo en Irlanda del Norte y sus miserias, y la política (torturas incluidas) del Gobierno de Londres. El autor, que escatima adjetivos, dice al final: “Es una obra de no-ficción narrativa”. No ha inventado nada, ni diálogos, ni pormenores. Afirmaciones tan valiosas no figuran en los celebrados libros de Ryszard Kapuscinski.

En España contamos con valientes ensayos que hablan de las víctimas (como La derrota del vencedor) y novelas (como Patria). Pero falta un libro de periodismo narrativo con la fuerza de la verdad sobre ETA como esta ofrenda neta de prosa impecable que firma Patrick Radden Keefe, y que creo a la altura de Hiroshima, de John Hersey.


LECTURAS RECOMENDADAS

Hijos del carbón. Noemí Sabugal. Alfaguara, 2020. 336 páginas. 18,90 euros.

Sense por de morir: Els silencis del 17-A / Los silencios del 17-A. Anna Teixidor. Traducción de Concepció L. Moreno Oliveras. Pòrtic, 2020 / Diëresis, 2020. 440 / 416 páginas. 18 euros.

Una historia de Rus. Crónica de la guerra en el este de Ucrania. Argemino Barro. La Huerta Grande, 2020. 317 páginas. 16 euros.

No digas nada. Patrick Radden Keefe. Traducción de Ariel Font. Reservoir Books, 2020. 544 páginas. 21,75 euros.


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