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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

La provocación palpita en Sónar

Actuaciones como la de Cyclo hacen aflorar el miedo, la congoja y la sorpresa en un festival que se resiste a mecer a sus espectadores

Lo decían antes del festival, "a la música hay que pedirle provocación, igual que a los discos, que no sólo deben gustar y punto". Es una declaración de principios formulada por Ricard Robles y Enric Palau, codiretores del Sónar, festival que en su jornada del sábado propuso entre otras muchas cosas unas cuantas actuaciones infecciosas, acongojantes y destructivas. En este festival no sólo cabe el encuentro con lo consabido, sino que sus costuras pueden deshilacharse para enseñar mundos extraños, ásperos e irritantes que obligan bien a pensar o bien a huir a la desesperada ante la agresión padecida por el despistado. Y ello no sólo ocurre en el Sónar diurno, hasta este año tradicional refugio del "ruidismo".

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Al grano. Enorme hangar central del Sonar nocturno. Cuatro gatos esperan la actuación de The Human League. Ante ellos aparecen un tipo con pinta de torturador bielorruso y otro con el aspecto de pertenecer a algún grupúsculo armado evocador del honor imperial de Yukio Mishima. Son Carsten Nicolai y Ryoji Ikeda y su proyecto se llama Cyclo. Manipulan aparatos como quien vasectomiza a un conejo, ajenos a cualquier sufrimiento. El equipo regurgita un patrón rítmico ancestral, que suena áspero en su elemental espíritu percutor. Nada más. Mana un poco de corriente estática, un leve crepitar. Unas imágenes en blanco y negro modelan en las pantallas del hangar elegantes y pulcras figuras geométricas resultado de la monitorización del sonido. El patrón se reitera y va mutando su frecuencia, asaeteado por ruidos, errores sonoros, disfunciones, frenazos y paradas que no hacen sino aumentar la incomodidad y la extrañeza de los espectadores. Muchos huyen. El volumen resulta atronador, tiemblan las vísceras, literalmente, y también las pantallas suspendidas en el aire. La sensación es de acongojo, una angustia amplificada por las enormes dimensiones del recinto. Los que esperaban el pop de The Human League se encuentran enmarañados por una producción de estadio al servicio de una propuesta extrema, inclemente y a la vez hermosa y turbadora. Una situación genuinamente Sónar. Para abrir boca. Con media hora es suficiente. Avasallador. Se oyen tímpanos quejándose.

Otro ejemplo, éste menor si se quiere. Media tarde en el Dome. Ha actuado Kathy B, la nueva quilla del Imperio Británico. Repetirá por la noche. Es lo más parecido a trincar a una espectadora inglesa y subirla a escena, sólo que orlada por una espectacular voz en crudo. Es fácil imaginarla cantando mientras repone latas en un lineal, donde pongamos por caso fue descubierta por un cazatalentos. La tarde huele a cerveza. El gentío se estruja. Tras Kathy B sube a escena un negro elástico tocado con gorro de lana. Hace mucho calor, que es húmedo aquí en el Mediterráneo. Es fácil imaginar el crecimiento de los champiñones entre los mechones de su cabello. El público quiere seguir bailando. Teebs, que así se llama el del gorro, les enseña una patita, amable, y suenan pistas etéreas de arpas y fondos acolchados de teclados. El público se confía. De repente irrumpe un hachazo de ritmo entrecortado, luego una síncopa de percusión troceada, más tarde se superpone un patrón que no se puede seguir y todo ello se espolvorea con unas gotas de ruido, unos chorros de drones y algunas melodías inaprensibles. El público quiere bailar, pero no puede. Sólo lo consiguen aquellos por cuyas venas corren las farmacias. Si Teebs pusiese una balada de Scorpions ni se enterarían de lo alto que vuelan. Pero no lo hace y prosigue su "deconstrucción abailable" propia del sello de Flying Lotus. Ríos de música descendiendo por un campo sin roturar. Teebs sí se contonea elástico manipulando aparatos. Cuadra una actuación estupenda tras otra que ha sido comercial y vulgar, la de la quilla. Otro susto en el cuerpo.

Volvemos a la noche. Tras la abrasión de Cyclo nada puede impresionar, ni tan siquiera unos quillos, otros, esta vez de Sudáfrica. Él parece un camello adicto al crack, ella una profesional. De otro tema. El disc-jockey va burdamente disfrazado de ninja. Son Die Antwoord, tan largamente esperados, tan encumbrados por la expectativa que pese a resultar entretenidos e incluso divertidos, no hacen ni la mitad del daño que se imaginaba. En realidad su actuación engrandece al festival, ya que en cualquier otro contexto, este grupo hubiese dado la nota. Pero no aquí. Mezclan música de baile bastarda y hip hop dando botes por escena y enseñando tatuajes. Sólo les falta sodomizar en directo a Charles Samaniego, agente de ventas que en la imagen del Sónar es el encargado de loar las excelencias del festival y que antes de Die Antwoord ha "pinchado" en el Car, una atracción de feria convertida en escenario por obra y gracia de Sergi Caballero, otro personaje. Pero no lo hacen. Se ignora si por falta de ganas, porque Samaniego se ha escondido o porque los directores del Sonar han pensado que por esta jornada basta ya de sustos.

Un momento de la actuación de Cyclo en el festival Sonar 2011.
Un momento de la actuación de Cyclo en el festival Sonar 2011.DAVID RAMOS (GETTY)
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