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COPA LIBERTADORES

Protagonistas contra pronóstico

El Cobreola, el Once Caldas y el Club Azul se ganaron un lugar en la historia del torneo

En un continente con unas jerarquías tan definidas, llegar desde la modestia a levantar la Copa Libertadores encierra un mérito adicional que guarda memorables historias. Hasta que en 1989, el Atlético Nacional de Medellín alzó el trofeo, éste jamás había viajado a países bañados por el Pacífico. Colombia rompió la escora hacia el este con un triunfo agónico ante el Olimpia tras una tanda de penaltis en la que Higuita resultó decisivo como rematador y como guardameta. Fue la coronación del toque y la zona, un estilo que también triunfaba en Europa de la mano de Arrigo Sacchi y que en el cono sur promovió Maturana al frente de un equipo que era la base de la selección que poco después logró una histórica clasificación para el Mundial de Italia 90.

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Con Maturana llegó la Copa a Colombia. Antes se habían quedado al filo del éxito los dos principales clubes de Cali, el Deportivo y el América, que llegó a tres finales consecutivas en los 80. Las perdió todas. También la de 1996. La que más duele todavía en la capital cafetera es la primera, que se marchó en los penaltis del partido de desempate ante Argentinos Juniors, un pequeño club del barrio porteño de La Paternal que vivía de los réditos que le dejó el traspaso de Maradona a España. Fue Ángel Labruna, mito de River Plate, el que edificó un equipo respetuoso con las raíces de una de las canteras más prolíficas del país. La muerte no le dejó ver su obra, que completó el ciclo más glorioso de la entidad y que mereció culminar con una Copa Intercontinental que se quedó a 11 metros en un duelo inolvidable sobre la nieve de Tokio ante la Juventus.

Para el América fue el inicio de una racha nefasta. No era la primera. En 1978, 30 años después de dar el salto al profesionalismo, todavía no había ganado una Liga. Estaba vigente la maldición de Benjamín Urrea Garabato, uno de los fundadores del club, que clamó contra la decisión de pagar un sueldo a los jugadores. "Que hagan del América lo que quieran, pero juro por mi dios que nunca serán campeones...", sentenció. Tres décadas después, la directiva del club llamó a Garabato para firmar un documento que ponía fin al maleficio. Al año siguiente, el América ganó la Liga, pero sus sucesivos tropiezos en las finales de la Libertadores hicieron pensar que el exorcismo seguía en pie. Y ya no hay posibilidad de nuevas correcciones: Garabato murió hace dos años.

Plagada de épica y de lamentos, la relación de Colombia con la Copa entronca también con la tragedia. Tres de los héroes del Atlético Nacional, Andrés Escobar, Felipe Pérez y el Palomo Usuriaga murieron años después asesinados a tiros. Luis Fernando Montoya vive para contarlo desde una silla de ruedas y lucha por recuperar sensaciones de cuello para abajo. Bajo su batuta, Once Caldas, el equipo en el que se inició Maturana, se coronó en 2004. Cinco meses después, en la víspera de la Navidad, quiso evitar un robo a su esposa y una bala dañó su médula espinal. El equipo de Manizales se llevó la Copa en una tanda de penaltis en la que Boca Juniors erró cuatro lanzamientos. Defendió sin éxito su título la temporada siguiente y cayó en la mediocridad. Este año regresa a la Libertadores, competición en la que seis de las últimas 11 ediciones se definieron en la tanda de penaltis. En ella sucumbió el Cruz Azul, el único equipo azteca que ha jugado una final desde que México se incorporó al torneo, o el São Caetano, un modesto club paulista sin pedigrí, que tan sólo llevaba dos años en Primera cuando opositó al título en 2002. No se recordaba una aparición tan fulgurante desde que Cobreloa dio un grito en el desierto en los primeros 80. Equipo radicado en una región chilena de ricos yacimientos cupríferos, recorrió en cuatro años el camino entre la fundación y la final de la máxima competición suramericana. Forzó un desempate ante el Flamengo de Zico, que les castigó con dos goles en Maracaná y otros dos en la cita decisiva en Montevideo.

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