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TENIS | Abierto de EE UU

Nadal puede con todo

El español supera el viento, el frío, una llamada de teléfono y a Verdasco para llegar a semifinales (7-5, 6-3, 6-4)

Es increíble pero cierto. Cuando en las gradas ya han aparecido bufandas y ponchos peruanos, abrigos y guantes; cuando el viento ya sopla y juegan Rafael Nadal y Fernando Verdasco bajo el malicioso hablar de su resuello; cuando ya todo eso ocurre, cuartos de final en el Abierto de Estados Unidos y el mallorquín aún camino de una trabajada victoria por 7-5, 6-3 y 6-4 para citarse con el ruso Youzhny en semifinales, suena un teléfono que detiene el partido.

-¡Teléfono!, grita Carlos Bernardes, el juez árbitro, que es quien recibe la llamada en el aparato instalado en su poltrona, además del mismo que decide parar el juego con 7-5, 0-1 y 0-30.

-¡Es la tercera vez que suena!, protesta Nadal. ¿Por qué mandas parar ahora? ¡La tercera, Carlos, la tercera! Está bien...

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Y sí, las cosas estaban bien, aunque para él habían comenzado mal. El viento recibe con inclemencia a los dos tenistas: "¡No me puedo tirar la bola (al sacar)", gruñe Verdasco, que ve cómo Nadal no golpea ni un revés, cómo usa casi siempre el cortado, temeroso de que el aire multiplique por 1000 su fuerza y estrelle la pelota contra el tendido. "¡No puedo!", se queja Verdasco, que salva dos bolas de break de inicio. "¡No puedo!", parece musitar de nuevo hasta que lleno de fuerza, lleno de orgullo, potente y hermoso, consigue lo impensable: romper el saque de Nadal por primera vez en el torneo (3-1).

Nace allí un Verdasco arrebatador que todo lo golpea y todo lo destruye; un tenista que detiene, músculo contra músculo, las acometidas del número uno, que va procurándose bolas de break en todos sus saques de la primera manga menos uno; y un jugador, Verdasco, que cuando pierde esa ventaja (4-4), abandona el partido ("¡Es que no puedo ni meter la bola!").

Preso del viento, el madrileño cometió 6 dobles faltas. El mallorquín, ninguna. Agobiado por los remolinos de la central, el número ocho cometió 41 errores no forzados. El número uno 16. Y apesadumbrado por el camino que llevaba el encuentro, pesadísima la mochila en la que cargaba sus diez derrotas previas en diez partidos, el cuartofinalista ganó 75 puntos por los 102 del ya semifinalista.

"Fernando tuvo un partido muy duro en octavos, quizás estaba más cansado de lo habitual, lo siento por él", valoró el número uno. "Lo importante fue moverme mucho, concentrarme, esperar el fallo del contrario, porque con el viento es muy difícil controlar el punto.

Ha sido una gran noche: estoy en mi tercera semifinal seguida en el torneo que, en este momento, es más importante para mí".

El valor de Nadal estuvo en persistir siempre pese a las dificultades. Fue el mismo desde la salida, cuando unos tímidos gritos le animan a la puerta del vestuario ("¡Vamos Nadale!", eran las palabras de guerra) y hasta el final, cuando levanta extasiado los brazos. El mismo cuando se sienta tras ceder el break y empieza a deshilachar la toalla a mordiscos, tendiéndoles los hilos a los recogepelotas. Y el mismo, sin picos ni valles radicales en su apuesta, desde el principio hasta el final, siempre intenso, siempre impertérrito ante las adversidades, siempre pendiente de la oportunidad que espera, de la oportunidad que viene, de la oportunidad que habrá mientras aguarde de esa manera.

Hubo viento, frío, un rival fuerte de salida y una llamada de teléfono que interrumpió el partido. Le dio igual. Nadal, que hasta ahora nunca había derrotado a uno de los diez mejores en Nueva York, puede con todo.

Nadal, en un momento del encuentro frente a Verdasco.
Nadal, en un momento del encuentro frente a Verdasco.AP
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