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Los seres vivos de otros mundos

Esta cuestión ha apasionado a los hombres desde hace siglos. Pero hoy estamos cerca de poderla aclarar con las naves e ingenios aeroespaciales que podrían traernos algún ser vivo como resultado de sus prospecciones.La exobiología, desarrollada por el premio Nobel profesor J. Lederberg, de la Universidad de Stanford, USA, nos acerca a esta posibilidad con las mayores probabilidades. Nuestra noción de «vida» era muy limitada hasta ahora. Pero nuevas revisiones experimentales del concepto abren perspectivas insospechadas. Moléculas no-carbonadas pueden presentar, en medios no-acuosos, posibilidad teórica de vida con temperaturas inferiores a 50º centígrados bajo cero o superiores a 200º centígrados sobre cero o bien la panespermia, o migración de esporas de un planeta a otro, inventada por el profesor decimonónico S. Arrhenius, y tan combatida por los apologistas católicos de entonces, es hoy una posibilidad clara, como ha demostrado el biólogo doctor Haldane recientemente, consiguiendo por las condiciones externas una adaptación biológica insospechada para nuestra evolución terrestre.

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La Luna fue el primer lugar donde se pensó que existía la vida. Así lo expuso en el siglo XVII el abogado Fontenelle en su obra Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos. Y lo mismo hizo por aquellos tiempos el famoso personaje -mitad filósofo y mitad espadachín- Cyrano de Bergerac; o el serio y prudente Pascal, quien pensaba que había «una infinidad de mundos con su firmamento, planetas, tierra y animales». Pero ningún lugar tan propicio a la vida -según la ciencia de hoy- como el planeta Marte. Según Laderberg «Marte es el blanco más propicio..., donde probablemente muchos organismos simples de la tierra podrían prosperar allí» (Delaunay -La aparición de la vida y del hombre- editorial Guadarrama, 1969). A los datos exobiológicos se unen para inclinarnos a ello, las observaciones astronómicas, según las cuales «la explicación más lógica..., es que Marte es un planeta portador de vida» (o.c.).

Sin embargo la gran pregunta no es esa. La cuestión objeto de la máxima curiosidad para el hombre que piensa y para el creyente; es: ¿existen fuera de la Tierra seres vivos inteligentes dotados de voluntad? Y si existen, ¿Cuál es su moral y su religión?

La teología no puede poner ninguna objeción a esta posibilidad. La gran inmensidad del mundo hace probable que los grandiosos espacios siderales no hayan sido hechos sólo en exclusiva para el hombre. Otros seres superiores es lógico que pueblen el cosmos, sin privilegio alguno para los humanos. Pero ¡cuidado! estos seres ya no serían hombres. Su contextura física estaría adaptada a las condiciones de vida de aquellos lejanos lugares, y sería muy diferente de la nuestra.

Y su vida espiritual, ¿cómo sería? El creyente ha de pensar, si es que no tiene una mente estrecha y sin perspectivas, que su Dios será el mismo que el nuestro. Creador infinito no puede haber más que uno. Sin embargo -como dice el Padre Roguet O.P.- «si tienen el mismo Dios, no pueden tener la misma religión». Porque la historia sagrada de esos seres inteligentes sería totalmente distinta a la nuestra. Probablemente nada sabrían de un redentor como el hombre Jesús que hemos tenido nosotros hace veinte siglos. Y para nada se estructuraría su religión con los motivos que han llenado la imaginación de los pensadores y la preocupación de los fieles, como son el pecado original o la redención de los hombres por la cruz en la que murió Jesucristo.

Sin embargo la moral de la fraternidad, la libertad, la igualdad y el progreso sería también la suya, porque el Dios que les creó sería el mismo Dios abierto y comunicativo en el que creen los creyentes terrestres.

Y todavía podríamos hacernos los cristianos una última pregunta: si pensamos que el Hijo de Dios se hizo hombre, ¿podríamos creer en la encarnación divina en un ser inteligente y libre de otros planetas? Los teólogos no sólo actuales, sino de hace años -como el inteligente filósofo Padre Sertillanges O.P.- pensaban que esto era perfectamente posible para que lo divino estuviera cerca no sólo del hombre terrestre, sino de los pobladores posibles de otros mundos. Lo divino no podemos pensar orgullosamente que tenga necesariamente que ser exclusiva nuestra: sería lógico que se extendiera a otros mundos tan estrechamente como al nuestro.

Posibilidades y lucubraciones que abren perspectivas a nuestro intelecto, y consiguen hacernos más modestos a los engreídos seres humanos del siglo XX. No tenemos por qué ser los únicos privilegiados del universo. Las anticipaciones de ciencia ficción de H.C. Wells no son novelerías fantásticas, sino posibilidades reales.

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