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Reportaje:Siria, una "normalización" política inacabada / y 2

El tratado firmado con la URSS revaloriza el papel de Damasco en Oriente Próximo

En la primavera de 1980 estalla en Siria la «revolución popular», como la califica la oposición; «la agitación de algunos fanáticos manipulados desde el extranjero», como la define el Gobierno. Además de desatar una fuerte represión interna, el régimen sirio intenta salir del paso rompiendo su aislamiento internacional, estrechando lazos con los países del Frente de la Firmeza -especialmente con Libia-, aliándose con Irán y, sobre todo, firmando, en octubre, un tratado de amistad y cooperación con la URSS que le permite hacer frente a «las maniobras desestabilizadoras» de sus vecinos empezando por Jordania e Irak. Un enviado especial de EL PAIS estuvo recientemente en Damasco.

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Un mosaico de religiones dominado por los alauíes

Durante toda la última prima era y parte del verano, huelgas, manifestaciones, disturbios, atentados con bomba y asesinatos políticos se sucedieron diariamente en las ciudades de Alepo, Homs, Hama y hasta en el barrio damasquino de Midan. En marzo, por ejemplo, Alepo, segunda ciudad de Siria, quedó paralizada durante dos semanas por una huelga general que desembocó en una auténtica insurrección. Mientras decenas de miles de octavillas y carteles incitaban a la población a rebelarse en nombre del Islam, los Hermanos Musulmanes cercaban a la guarnición militar en la vieja ciudadela, donde sólo podía ser abastecida por helicóptero. EI envío de una división blindada, retirada apresuradamente del frente consiguió «pacificar» la urbe.

Con anterioridad, en el invierno, las elecciones sindicales, que se desarrollaron en un clima de relativa tolerancia, arrojaron en las fábricas una aplastante victoria del Partido Comunista Sirio del Exterior (PCS-E) y de los nasseritas, junto con una espectacular derrota del Baas.

Cuando se le pregunta al ministro de Información, Ahmed Iskander, quiénes son los causantes de la revuelta, contesta que se trata de «los nostálgicos del capitalismo, a los que hemos privado de sus propiedades latifundistas, y a los que respaldan países árabes reaccionarios, como Jordania, Irak y también Israel y Estados Unidos». «La iniciativa de la agitación», asegura un europeo residente en Alepo, «emana de la elite tradicional de las grandes ciudades suníes, principal víctima de la reforma agraria y nacionalizaciones del Baas, pero que dispone aún de la autoridad otorgada por la propiedad de la tierra para movilizar a determinadas capas sociales».

Además del poder de convocatoria de las elites suníes desposeídas, la ideología baasista vagamente socialista, la promulgación de una constitución que, inicialmente, no mencionaba al Islam como la religión del jefe del Estado, la pertenencia del presidente Assad a la secta alauí, una intervención militar en Líbano en 1976 a favor de la comunidad cristiana maronita, un confesionalismo islámico y un nacionalismo -reforzado por la presencia ostensible de 3.000 asesores soviéticos- en pleno auge, un reparto corrupto de la ayuda procedente del golfo y una fuerte inflación que roe el poder adquisitivo constituyen para vanos diplomáticos acreditados en Damasco las principales causas del descontento de amploos sectores de la población.

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¿Está realmente Jordania detrás de los Hermanos Musulmanes, como 10 aseguran las autoridades sirias? La Confraternidad, incluida su rama siria, está tolerada en Amman, beneficiándose inclu3o de un cierto número de facilidades materiales, aunque esto no obsta para que en dos ocasiones, cediendo a las presiones de Damasco, el rey Hussein haya entregado a Siria a dos «hermanos» refugiados, según declararon fuentes de la oposición.

La financiación de la Confraternidad; sin embargo, correría más bien a cargo de Irak y Arabia Saudí, aunque el ministro sirio de Información declaró a EL PAIS que todas las investigaciones realizadas hasta ahora exculpaban a Riad. Por el contrario, Emile Chuèri, jefe de Prensa del Ministerio de Asuntos Exteriores, reconoció que Arabia Saudí ayudaba económicamente a la Confratemidad, aunque de manera «sutil». Siria, en todo caso, no se atreve a denunciarla públicamente por temor a perder el «maná» de ayuda saudí, evaluado en casi 1.500 millones de dólares al año. En cambio, sí acusa abiertamente a Amman, desde julio, y a Bagdad, desde octubre, de entrometerse en sus asuntos internos, llegando incluso, en noviembre, a concentrar a 40.000 hombres en su frontera con el reino hachemita y, lo que es menos sabido, a otros 0.000 soldados en la frontera con Irak, entre Deir Ez-Zor y Albu Kamal.

Los ataques verbales contra el más potente de sus vecinos, Irak, y el posterior reagrupamiento fronterizo de parte de sus 228.000 soldados, con los que intentaba intimidar a sus dos vecinos-enemigos, empezaron menos de una semana después de la firma, el 8 de octubre, de un tratado de amistad y cooperación con la URSS que fortalece la postura de Damasco en Oriente Próximo al tiempo que permite a Moscú jugar de nuevo un papel en la zona a través de un país amigo. El tratado sirio-soviético, que la oposición interpreta como un «seguro-garantía» del régimen baasista contra sus actividades, otorga a Siria un peso específico en la región «indispensable », según el Ministro de Asuntos Exteriores, Ab del Halim Jaddam, «para poder contrarrestar la influencia norte americana en la zona».

Pero el tratado consagra también la consolidación del régimen de cara a su opinión pública.

Atentados antisoviéticos

Antes y déspués de la firma del tratado, los cooperantes soviéticos fueron uno de los blancos predilectos de la guerrilla islámica. Además de las bombas colocadas en las oficinas de Aeroflot de Alepo y Damasco, y de una manifestación, en julio, en Latakia, contra el desembarco de material soviético, por lo menos ocho técnicos soviéticos han perecido en 1980 en diversos atentados. Los ciudadanos de la URSS residentes en Siria se desplazan generalmente, desde septiembre, con escolta. Moscú, probablemente, se lo pensó mucho antes de aliarse con un régimen débil y aislado. Sólo la aparente superación de la crisis por Hafez el Assad así como el incondicional respaldo diplomático sirio en el asunto afgano consiguieron vencer las últimas reticencias soviéticas.

El tratado, que según aseguró Abdel Halim Jaddam, no contiene cláusulas secretas, prevé, básicamente, el establecimiento de consultas en caso de que la seguridad de uno de los dos países firmantes se vea amenazada y un desarrollo de la colaboración en el terreno militar, recogido en su décimo artículo.

Concretamente, la URSS entregará más armas a Siria, quien, a su vez, recurrirá a la ayuda Libia para poderlas pagar. Hasta el momento, sin embargo, y a pesar de que Trípoli y Damasco hayan acordado su unión hace tres meses, Libia no ayuda económicamente a Siria, indicaron fuentes diplomáticas. Según el semanario británico Sunday Telegraph, es probable también que la URSS incremente el número de sus consejeros hasta 10.000.

En todo caso, a pesar de los deseos sirios y en contra de lo anunciado por el ministro sirio de Información, el tratado no «va más allá» de los demás acuerdos concluídos por la URSS con otros países del Tercer Mundo y que son ahora, según la interpretación que les haya sido dada, «papel mojado», como en el caso de Somalia y Egipto, o declaración de adhesión a la esfera de influencia soviética como con Yemen del Sur o Afganistán.

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