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Tribuna
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Resistencia y entusiasmo

Cuando apareció Pentimento en el mercado editoria español, Lillian Hellman era una autora prácticamente desconocida entre nosotros. Luego llegarían otros libros y Julia, la película de Fred Zinnemann en la que el personaje de la escritora es encarnado por Jane Fonda. Claro que no era desconocida en el sentido estricto del término, que sus The little foxes (La loba) habían podido verse, si no como obra teatral, sí como filme excelentemente dirigido por Wyler en 1941, uno de esos míticos melodramas en los que Bette Davis se impone a todo.Que Lillian Hellman pasó a ser un personaje dentro de nuestro mundo cultural lo prueba el que incluso TVE se enterara de ello y emitiera una entrevista con la escritora. No recuerdo la fecha, pero sí la imagen de ella hablando junto a una ventana, sentada en un gran sofá. Según ha dejado escrito en textos autobiográficos, Lillian Heliman pretendía ganarse la vida como autora de cuentos cortos,. Sin embargo, las circunstancias la llevaron a trabajar en la Metro como lectora de manuscritos.

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Una relación decisiva

Cobraba 50 dólares semanales y vivía en Hollywood junto a su esposo Arthur Kober. Tenía como criada a una antigua actriz de cine mudo. La aparición del sonoro había enloquecido a los estudios, que buscaban en gente universitaria o con experiencia teatral o literaria la garantía de buenos argumentos y diálogos. Era preciso evitar que actrices como Jean Harlow pudiesen decir en un filme frases como "James, abra la ventana y deje entrar una menudencia de aire".

El retrato que la Hellman nos ha hecho de Hollywood -sobre todo en la magnífica Tiempo de canallas,centrada muy especialmente en la campaña anticomunista del senador McCarthy, que a ella y a Dashiell Hammett, su compáñero, les creara tantos problemas, ya sea de libertad o dinero, de censura o de cárcel- es muy duro, pero resulta convincente. Personalidades como Horace Liveright o Scott Fitzgerald aparecen y desaparecen en la obra de Hellman, quien muestra cómo son destruidos por la gran máquina hollywoodiense.

Con la República

En 1934, con el enorme éxito de The childrens hour -que se prolongó con su pase a la pantalla-, la situación de Lillian Hellman cambió. Simpatizante de la izquierda y muy crítica con la hipo,cresía de cierto liberalismo -ése podría ser un tema central de The watch on the rhine (1941)-, visita España durante la Guerra Civil con el propósito de documentarse para el trabajo de guionista en The Spanish earth, de Joris Ivens. Una pulmonía la retendrá en París, aunque luego visite Barcelona, Valencia y Madrid y conozca a Dolores Ibárruri.

Antes, en Hollywood, había montado' fiestas para recaudar fondos destinados a comprar ambulalcias para la República, fiestas en las que aparecen nombres famosos, unos tratados con cariño en sus obras, otros acusados de espías, como Erroll Flynn.

En una de sus visitas a Moscú, conocerá a Sergei Eisenstein, de quien habla como de una persona encantadora. Esa amistad, sus actitudes políticas -en 1942 escribió el guión de North star (el título definitivo sería otro), un documental sobre la URSS destinado a sensibilizar al. público norteamericano sobre los problemas de los soviéticos, futuros aliados bélicos- y su valentía personal -se negó a declarar ante el Comité de Actividades Antiamericanas, el mismo que condenara a 6 meses de cárcel a Hammett- harán que su nombre figure en las listas cinematográficas a partir de los años 50. Con Julia, película que le valió un oscar a Vanessa Redgreave, Lillian Hellman logró que el cine le rindiera homenaje, que su labor como guionista y dramaturga fuera reconocida en un producto pensado para el consumo multitudinario.

Temas que se repiten en su obra son el daño que provocan la calumnia y la intolerancia. En varias ocasiones la agresividad social arranca de tabúes sexuales y amorosos, de la acusación que recae sobre dos mujeres, a las que se critica por suponerlas lesbianas. En algunas piezas, Hellman resuelve el conflicto acusando a la sociedad de mentirosa y que todo se reduce a un equívoco. En otras da un paso más y el amor de las protagonistas es reai, siendo siempre el espíritu inquisidor y condenatorio el que merece el descrédito.

La mezcla de ficción y autobiografia, así como la solidez de sus construcciones dramáticas hicieron de Hellman una autora muy importante, una figura entre toda aquella gente que quiso dignificar el mundo del espectáculo americano a base de acércalo a temas importantes y dotarlo de una finalídad social. Puede que los años y los hechos hayan desmentido el optimismo histórico de aquella generación, que las opciones culturales se hayan revelado ingenuas e inoperantes, pero los recambios posteriores no han conseguido llenar el espacio que aquella ocupaba con su entusiasmo e idealismo.

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