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Grave retroceso de los derechos de la mujer en Egipto

El acceso a la enseñanza, el derecho al trabajo y la libre elección del esposo eran hace 20 años el leitmotiv reivindicativo de muchas mujeres de Egipto, pero el empuje del integrismo islámico roe poco a poco sus escasas conquistas. Algunas exponentes del único movimiento feminista organizado en el mundo árabe emigran a EE UU para dar clases o publicar sus memorias. Los derechos de la mujer en Egipto sufren un grave retroceso; el movimiento feminista carece de organización para atacar mejoras sustanciosas para las mujeres, que, además, se encuentran atrapadas económicamente.

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"De vanguardia de la mujer árabe, las egipcias se han convertido en la retaguardia", sostiene en tono derrotista la escritora feminista Nawal Saadaui. La afirmación es, sin duda, exagerada si se compara la suerte del "sexo débil" en el mayor país árabe -donde desempeña una cartera ministerial, cuenta con 33 escaños parlamentarios y ocupa el 27% de los puestos de la función pública- con su total postración en las monarquías del golfo Pérsico. Pero qué duda cabe que la lucha de la minoría activista ha sufrido varios reveses.Quiero una solución era una película egipcia con un argumento social, rodada en los años sesenta, en la que las presiones familiares, las argucias jurídicas del abogado de su marido y, finalmente, el veredicto de un tribunal complaciente denegaban el divorcio a una mujer casada en su adolescencia contra su voluntad. Dos décadas después, la situación apenas ha evolucionado.

Hace seis años, sin embargo, se produjo una mejora sustancial de los derechos de la mujer, cuando el asesinado presidente Anuar el Sadat aprobó el decreto-ley 44, más conocido por la ley Jihan, nombre de la mujer del rais, su instigadora. Sadat, un musulmán piadoso y conservador, se dejó convencer por su esposa y por los recuerdos de las humillaciones sufridas por su madre cuando era aún un niño, descritas por el periodista Mohamed Hayukal en su libro Otoño de furia. Aunque no abolía la poligamia ni el derecho a la repudiación de la esposa, la nueva ley otorgaba automáticamente el divorcio a la mujer que, informada de la intención de su marido de contraer un segundo matrimonio, se estimase perjudicada. Tras la separación legal, le concedía también el usufructo del domicilio conyugal hasta que expirase la custodia de los hijos, prorrogada hasta los 15 años para los varones, y hasta el matrimonío, para las hijas.

"Dios permite la poligamia"

Los círculos integristas musulmanes no tardaron en erigirse contra el infame derecho que "restringía lo que Dios permite: la poligamia". Amparados en una enmienda constitucional aprobada en 1980, que consagra a la ley islámica (sharia) como la principal fuente del derecho, empezaron a librar batalla para forzar su revocación.Algún proyecto de ley fue entonces redactado para ser sometido a la Asamblea del Pueblo (Parlamento), al tiempo que los magistrados invocaban con frecuencia la cláusula de conciencia para negarse a aplicar el polémico decreto. Los jueces se resistían incluso a otorgar la separación a mujeres víctimas de malos tratos por parte de sus cónyuges porque, explicaba una sentencia, "el abofeteamiento tampoco puede ser causa de divorcio, al autorizar el Islam al esposo a pegar sin exceso a su cónyuge si ésta se desvía del buen camino".

La tardanza de la Cámara Baja en debatir el asunto, y la complacencia de los tribunales, incitó a un grupo de abogados rigoristas islámicos a explorar otra vía de actuación alegando la supuesta ilegalidad del decreto ante la corte constitucional. El tribunal rehusó pronunciarse sobre el fondo de la cuestión, pero consideró que Sadat había abusado de sus prerrogativas presidenciales al recurrir a un procedimiento excepcional para legislar sobre un tema que no requería tanta urgencia. En consecuencia, lo invalidó en mayo por "defecto de forma".

El Gobierno no tardó en reaccionar. Aprovechando la negativa del Tribunal Constitucional a dictaminar sobre el contenido del decreto Jihan, la Prensa se dedicó primero en junio a una exégesis liberal del Corán, con la que intentó preparar el terreno para la aprobación de una nueva ley, compromiso entre la abrogada y la vigente, votada este mismo mes de julio por la Asamblea del Pueblo.

El nuevo estatuto personal obliga al hombre a anunciar sus diferentes bodas para evitar que, como ocurre aún, alguna de las esposas se entere de la existencia de sus rivales al repartir la herencia tras el fallecimiento del cónyuge común. La concesión del divorcio a la mujer cuyo marido se casa en segundas nupcias deja, sin embargo, de ser automática y depende del juez, a quien corresponde apreciar si el nuevo matrimonio contraído por el esposo causa a la demandante algún daño "moral o material". El conservadurismo de unos magistrados que no condenan la violencia marital por parte del hombre induce a sospechar que se resistirán a considerar que las querellantes han sido perjudicadas.

Por último, la mujer divorciada no puede ya permanecer en el domicilio conyugal, aunque su ex esposo debe proporcionarle un alojamiento "decente" e ingresarle una pensión durante dos años, a menos que le hayan sido confiados los hijos menores de 15 años y las hijas solteras, en cuyo caso su ayuda alimenticia sólo caducará cuando expire la custodia materna.

Extirpación del clítoris

Pero en una sociedad marcada por el auge del integrismo y en la que amplios sectores reivindican ahora la total aplicación de la sharia, pretender insertar esta cláusula de salvaguardia equivale, aseguran muchas jóvenes, a renunciar de facto a casarse. Otras feministas lamentan que la polémica sobre las normas que regentan el matrimonio haya hecho olvidar cuestiones aún más fundamentales para la mujer, como la extirpación del clítoris de las niñas, que les priva de gran parte del placer sexual.El avance del Islam rigorista se palpa en la calle por el número creciente de mujeres que se cubren la cabeza con un pañuelo o se tapan el rostro con un velo, mientras las formas del cuerpo quedan disimuladas por la ropa amplia que visten siguiendo las pautas marcadas por la jerarquía religiosa. El mufti de Egipto (dignatario religioso nombrado. por el Gobierno), jeque Abdellatif Hamza, ha prohibido incluso a las mujeres que aparezcan maquilladas en público, porque "sólo deben embellecerse para el placer de sus esposos", y les ha desaconsejado que ejerzan oficios llamativos como la abogacía o el periodismo, en los que es más fácil incurrir en el pecado.

Curiosamente, ni siquiera las mujeres coptas -la minoría cristiana egipcia, a la que pertenece el 12% de la población del país, y a la que no se aplica la ley del estatuto personal- escapan a esta moda de exteriorización de los símbolos religiosos y cada vez son más numerosas las que exhiben crucifijos sobre el pecho.

Frente a la ola integrista musulmana, el movimiento feminista, muchos de cuyos grupos son meras asociaciones de beneficencia, carece de respuestas.

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