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Tribuna
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Las razones de un éxito de ventas

Los mejores éxitos de ventas son precisamente aquellos que no se sabe muy bien por qué lo son. Está muy claro por qué Harold Robbins, Frederick Forsythe o Fernando Vizcaíno Casas han sido, y en buena medida siguen siendo, best sellers. Ya resulta más complicado saberlo con exactitud cuando se trata de Marguerite Yourcenar o Umberto Eco. Habrá entonces que concluir que un best seller será mejor, cualitativamente hablando, cuanto más inexplicable haya sido su triunfo. ¿Quién hubiera dado un duro por El nombre de la rosa a su aparición? Y, sin embargo, se trata de un libro que no solamente fue un éxito de ventas casí instantáneo y fulminante, sino que traspasó todas las barreras y lo siguió siendo durante más de dos años, y en muchos países y versiones a la vez.En el caso de Umberto Eco -que motiva este comentario, dada la inminente publicación en España de El péndulo de Foucault- las cosas se complican todavía un poco más. Antes de su espectacular carrera como novelista de una sola novela, Eco era, en principio, un intelectual puro y duro, experto en la Edad Media, Tomás de Aquino, Vico, Joyce, y que desembocó en el posestructuralismo, la semiótica, la comunicación, los apocalipsis y las integraciones. Esta segunda parte de sus especializaciones le resultaría decisiva para su configuración como un narrador final.

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La traducción al castellano de 'El péndulo de Foucault' aparecerá el 22 de septiembre

En efecto, tanto el estructuralismo como la semiología no son solamente ciencias totalizadoras, sino que lo fagocitan todo a partir de una increíble potenciación de la lingüística. Y si, además, en el mundo posindustrial desarrollado, el mundo de las formas es el centro de todo, la posición del lenguaje en el mundo de la literatura y de la comunicación es absolutamente decisivo. Hoy, los medios no solamente determinan los fines, sino que parecen ser fines en sí mismos, y quienes triunfen al final serán los más expertos conocedores de cómo se comunica, no quienes tengan algo importante que comunicar de verdad. Palabras, además, éstas -importante o verdad- que ya no son de uso, pues están total y absolutamente desacreditadas, tanto en los lenguajes científicos como en los literarios o los de la comunicación. Fantasmas, al desván.

Muchas bazas

Umberto Eco tenía entonces muchas bazas en su mano antes de empezar a ser novelista, y las aprovechó a conciencia. Primero instaló su relato en el terreno de la historia, y ya se sabe que la historia, la biografía y las novelas históricas hacen furor en el mercado occidental; luego le añadió una estructura policial, que tampoco es moco de pavo; la salsa ya estaba preparada. Para mayor abundamiento, el gran historiador medieval que Eco es instaló el contenido aparente del libro en un debate prodigioso: el de la religión. Ya estamos en terrenos mayores, pues si bien nuestra actual sociedad se presenta como laica, lo religioso sigue perteneciendo a nuestro trasfondo mítico colectivo. Si a ello se le añaden los guiños, unas buenas gotas de humor -las parodias de Conan Doyle, las referencias a Borges y así sucesivamente-, el plato se hacía solo contando con lo más evidente: Umberto Eco, además, sabe escribir, y escribe tan bien que hasta resulta divertido en muchos de sus más dificiles textos críticos.

En resumidas cuentas, Umberto Eco creó el paradigma de lo que ahora se conoce como el best seller culto: fabricó un libro correcto, atractivo, equidistante de la novela de evasión y de la intelectual, que ofrece cultura, aunque no demasiada, esquemas intelectuales interesantes y perfectamente divulgados, un producto que además hace sentirse inteligentes a sus lectores. Y así, quienes compraron y devoraron El nombre de la rosa se sintieron agradecidos por sentirse tan listos. ¿Qué más se puede pedir? Al parecer, El péndulo ,de Foucault es mucho más complejo. Pero el artificio está servido.

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