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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Volver a empezar

CUALQUIERA QUE sea el desenlace de la crisis del golfo Pérsico, sus efectos económicos, asociados a la inestabilidad de la oferta de petróleo, son ya evidentes y serán seguramente persistentes. De momento, Irak ya ha logrado su objetivo, planteado en la última reunión de la OPEP, de acabar con la era del crudo barato: el precio del barril es hoy significativamente superior a los 21 dólares aceptados como referencia por Irak hace apenas una semana. Que ese país vaya a beneficiarse de tal oscilación al alza es ya más cuestionable a la vista del embargo decidido por, los principales importadores: EE UU, Japón y la Comunidad Europea. Desde el pasado jueves, Irak ha sido incapaz de encontrar compradores de su crudo, viéndose obligado a cerrar los oleoductos que atraviesan Turquía.Sobre el impacto potencial de esta crisis en las economías de los países industrializados, las principales bolsas del mundo han coincidido en dar por descontado un escenario claramente recesivo, precedido de elevaciones en los tipos de interés con las que tratar de neutralizar el impacto inflacionista originado por el encarecimiento del crudo. En gran medida, el comportamiento de esos mercados bursátiles ya venía anticipando, antes de la crisis, la incertidumbre asociada a la manifiesta debilidad de la economía estadounidense, suficientemente ilustrada por las últimas cifras del empleo. La simultaneidad del agotamiento de esa economía con la ampliación de las tensiones inflacionistas originadas por el incremento del precio de los crudos depara un cuadro de resultados difícilmente aislable en su gravedad del resto de las economías.

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También con anterioridad a la invasión de Kuwait, la inestabilidad de la Bolsa de Tokio trataba de asimilar el eventual aumento de los tipos de interés en aquel país con el que las autoridades económicas podrían responder a unas tensiones inflacionistas obvias, pero que apenas incorporaban vanaciones en el precio de una materia prima de cuyas importaciones es absolutamente dependiente. Los evidentes esfuerzos conservacionistas que las autoridades energéticas japonesas han llevado a cabo en estos últimos años no serán suficientes para evitar que esos nuevos precios del petróleo impongan un menor ritmo de crecimiento en una economía que parecía destinada a relevar en su liderazgo expansivo a la estadounidense.

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El horizonte no es mucho más esperanzador en Europa occidental. La mayor autonomía energética conseguida mediante la diversificación de los proveedores no es suficiente para mantener el ritmo de crecimiento económico que la absorción de la otra Europa exige. El mantenimiento de las exportaciones de petróleo soviético a los países del Este ya había encontrado serias dificultades derivadas de la exigencia de compensación a precios de mercado y en divisas convertibles que empezaban a imponer las autoridades soviéticas.

No son muchas las alternativas disponibles para hacer frente a la escasez (y la consiguiente elevación adicional de precios) que se deriva del bloqueo de una producción de petróleo que supone el 20% de la oferta mundial. La Administración estadounidense parece confiar en la disposición de Arabia Saudí a cooperar con los países importadores en una doble dirección: el bloqueo a la utilización del oleoducto que atraviesa ese país y el incremento de la producción de crudo. Junto al oleoducto que atraviesa Turquía, el de Arabia Saudí canaliza el 90% de las exportaciones iraquíes, convirtiéndose en el auténtico centro neurálgico de las eventuales sanciones adicionales que los países importadores puedan adoptar. La segunda alternativa supondría para Arabia Saudí incrementar al máximo su capacidad de producción, con lo que podría compensarse la mitad aproximadamente de la reducción originada por el bloqueo a Kuwait e Irak. Soluciones ambas tanto más difíciles de instrumentar cuanto que implicarían de hecho la ruptura del cartel de la OPEP o, lo que quizá fuera peor para los intereses de los importadores, la introducción de un factor permanente de inestabilidad en la región y, con él, en la oferta de crudo.

Por todo ello, las represalias acordadas contra Irak, incluso si acabasen derivando en una intervención militar, no garantizan el alejamiento del espectro de una tercera crisis energética, y mucho menos la continuidad de un proceso de crecimiento económico susceptible de capitalizar los dividendos de la paz que el final de la guerra fría prometía. El eventual retroceso a un escenario como el de los primeros años ochenta incorpora hoy mayores factores de riesgo que los estrictamente asociados a un precio del barril de crudo a 30 dólares.

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