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GOLPE DE ESTADO EN LA U.R.S.S.

El hombre que cambió el mundo en seis años

Como aquel prefecto del zar del que se dice que disparó contra el plato porque la sopa estaba demasiado caliente, los burócratas y militares que destituyeron ayer a Mijaíl Gorbachov aseguran que su objetivo es acabar con el caos político y la crisis económica ocasionados por la perestroika.Perestroika: la palabra apareció por primera vez en el discurso de Gorbachov ante el pleno del 27 Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, en Febrero de 1986, once meses después de su entronización como secretario general, a la muerte de Chernenko.

Desde aquel día el destino de Mijaíl Sergueievich Gorbachov está unido al de esa reforma que propugnó: liberalización política, económica y cultural, en el interior; distensión, en el exterior. En las horas terribles que se están viviendo en Moscú y en toda la URSS, cuando no se sabe si Gorbachov está encarcelado o en arresto domiciliario, si vivo o muerto, ese destino se desliga por primera vez del de su criatura.

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Pues si es posible que eliminen al inventor de la perestroika, los golpistas no podrán ya modificar el rumbo marcado por la reforma; la vuelta atrás es tan improbable, al menos, como lo era que Gorbachov consiguiera culminar el proceso de desmontaje del sistema soviético sin que el choque con alguno de los obstáculos colocados por sus numerosísimos enemigos acabase con él.

La contrarreforma con que amenazan los involucionistas que ayer sacaron los tanques a la calle podrá devolver algunos de sus privilegios a los sectores de la nomenklatura marginados estos últimos años, empañar la transparencia -glasnost- ensayada en la prensa o la cultura, retrasar la evolución hacia una economía de mercado; pero difícilmente la URSS regresará a lo que fue antes de 1985.

El mérito

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Ese es su mérito. Su heroísmo no es el del conquistador, o el descubridor genial, o el lider carismático que suscita la unanimidad y arrastra a su pueblo. Pertenece, por el contrario, a la nómina de ese grupo singular de seres destinados al fracaso que, en un artículo memorable, el escritor alemán Hans Magnus Enzensberger llamó "los héroes de la retirada": seres cuyo destino consiste en destruir aquello de cuya supervivencia dependía la suya propia. O, como expresó el mismo Enzensberger: personas que "al abandonar sus propias posiciones no sólo entregan un territorio objetivo sino también una parte de sí mismos".

¿Quién es este hombre que estaba entregando su memoria y su destino al iniciar el derribo de un sistema que ejercía desde 1917 un imponente poder sobre 22 millones de kilómetros cuadrados de territorio, 300 millones de cuerpos y algunos millones más de almas?

Nacido el 2 de marzo de 1931 en el pueblecito de Privoinoc, en la región de Stavropol, al sur de la República de Rusia, en tierras del Cáucaso, Mijaíl, hijo de Sergei, un campesino, estudió las primeras letras en su pueblo natal y el bachillerato en la capital de la provincia.

A los 19 años Mijaíl Gorbachov partió para Moscú, donde cursó la carrera de Derecho y más tarde la de ingeniero agrónomo. Se afilió al Partido Comunista en 1952, cuando cursaba segundo año en la Facultad, uno después de haber conocido a a la que habría de ser su mujer, Raisa Maximovna Titorenko, llegada desde su lejana Siberia natal para estudiar Filosofía en la capital. Pero, ya en su pueblo, había conseguido una condecoración por su participación en la cosecha de 1949, lo que era un aval para intentar una carrera política en el seno del PCUS.

Un mechón sobre la frente

Por entonces, el futuro secretario general era un provinciano que tapaba con un mechón caído sobre la frente la mancha de nacimiento que con el tiempo se haría tan famosa, y que acudía los sábados y domingos a los bailes de la Residencia de estudiantes de la calle Strominka, según relataron a Pilar Bonet, corresponsal de EL PAÍS, algunas españolas, hijas dé combatientes republicanos exiliados, que a comienzos de los cincuenta compartían estudios y tal vez aficiones e inquietudes con el joven venido del sur.

Hay una anécdota, contada por un antiguo condiscípulo, sobre la forma en que Mijaíl y Raisa se conocieron, que tal vez encierre algún significado premonitorio: Gorbachov se enteró de que en la sala de baile de Strominka las chicas pretendían aprender a bailar el vals, y acudió con algunos amigos para reírse de las neófitas danzantes. Entre estas últimas estaba Raísa, y a Mijaíl Gorbachov parece ser que se le heló la sonrisa cuando ella lo miró. Han permanecido juntos desde entonces.

Las cosas no siempre se producen según el diseño inicial: también Cristóbal Colón se hizo famoso por algo que tenía poco que ver con el proyecto que presentó a las autoridades de su época.

Nada en la carrera política de Mijaíl Gorbachov hacía prever que se convertiría en el artífice del desmontaje del sistema en el que había crecido y de cuya clase dirigente formaba parte. Seguramente tampoco él lo sospechaba: su libro, titulado precisamente Perestroika, y para escribir el cual desapareció durante casi un mes cuando ya era el número uno, trata de justificar la reforma en nombre del leninismo. Del leninismo auténtico, que habría sido adulterado por los sucesores del fundador.

Ascendió en la jerarquía peldaño a peldaño. Enviado a su tierra natal, a fines de los cincuenta figura ya como secretario de las Juventudes Comunistas (Komsomol) de la provincia. A mediados de la década siguiente aparece como responsable de la administración agrícola de Stavropol, de cuyo comité sería secretario general en 1970, año en que también es elegido diputado al Soviet Supremo, último eslabón antes de acceder, en 1971, a los 40 años, al Comité Central del PCUS. Sus éxitos al frente del partido en Stavropol le facilitaron su acceso a la cúpula del poder en Moscú durante los últimos años del breznevismo. Fue sobre todo Andropov, director de la poderosa KGB, el servicio secreto soviético, quien reparó en las cualidades de quien en 1980 se había convertido en el miembro más joven del Politburó.

Desconocido dirigente

No sólo Andropov había reparado en el empuje del futuro impulsor de la perestroika. Según relata Franz Olivier Gisbert en sulibro sobre Mitterrand, éste le comentó a comienzos de la década, poco después de su llegada al Elíseo, que había preguntado por la identidad de un para él desconocido dirigente que se distinguía, aparte de por la mancha de mielina que lucía en su frente, por el descaro de sus opiniones, que desautorizaban sobre la marcha las de los demás dignatarios presentes, en torno a la situación de la economía soviética. Otro veterano conocedor de la realidad de la URSS, K. S. Karol, ha escrito que Gorbachov no destacaba, a comienzos de los ochenta, por la audacia de sus planteamientos teóricos, pero sí por su empuje: por su curiosidad intelectual, su apertura a las ideas de los demás, y su fuerte voluntad de hombre de acción: "Gorbachov", escribe Karol, "brillaba simplemente por su dinamismo (... ). No demotró su modernismo sino más tarde, y fue en contacto con los extranjeros, ante los occidentales. Todos aquellos que se entrevistaban con él en el Reino Unido, Francia o Italia notaban inmediatamente que no se parecía a los demás dirigentes soviéticos. Al comienzo no podían explicar su impresión y la atribuían al hecho de que hablaba sin consultar apuntes y se interesaba por todo, planteando preguntas no rituales. Más tarde, cuando ya tenía el rango de secretario general del PCUS, se constató que sin ser autoritario tenía autoridad; que era alguien muy seguro de sí mismo, muy por encima de su entorno

Eso lo vio antes que nadie, así pues, Andropov, el sucesor de Breznev y el hombre que, por su anterior cargo al frente de la KGB, estaba en posesión de un retrato más cabal de la desastrosa realidad económica y social de la URSS.

Desastrosa situación

Tan desastrosa debía ser esa situación, inútilmente enmascarada por unas estadísticas mentirosas, que fue la propia gerontocracia la que, tras el fallecimiento de Andropov, pactó reservar para Gorbachov, pese a representar la posición más extrema dentro del politburó, la secretaría general, a la que se le daría acceso tras la breve transición encomendada al anciano y ya enfermo Chernenko.

Tal vez ello sea el rasgo más significativo del momento. Héroe de la retirada en ciernes, sus iguales le encargan salvar lo salvable de un sistema arruinado. Es Gromiko, el veterano estandarte de la política exterior soviética, quien propone la candidatura de Gorbachov a la secretaría general. Al hacerlo, ni él ni los otros de su generación pueden ignorar que existe el riesgo de que el empuje del joven secretario general -54 años en 1985- acabe con lo que ellos quisieran preservar; pero no ven a ningún otro capaz de tomar algunas iniciativas que desde Andropov se sabían inevitables; y, a su vez, Gorbachov no ignora que al dinamitar el estatus al que pertenece está anudando la soga a su cuello.

Pero la acción es lo suyo, y en cuestión de meses oxigena la dirección política del país, dando entrada en el Politburó a algunos reformistas moderados; antes de acabar el año reinicia las negociaciones con Estados Unidos, rotas desde 1979, que conducirían a los acuerdos sobre desarme, y da los primeros pasos hacia la retirada de Afganistán. Poco después, en el 27 Congreso, plantea su lectura revisionista de Lenin y avanza la posibilidad de hacer compatible el núcleo duro de la doctrina comunista con la apertura política.

Durante los cinco años y medio transcurridos desde entonces Gorbachov ha jugado una implacable batalla contra el tiempo. Tal vez sea pronto para un balance definitivo de los resultados, pero no lo es para una evaluación de las dificultades. Su reconocimiento exterior, simbolizado por la concesión, en 1990, del premio Nobel de la Paz, ha coexistido con un creciente deterioro de su imagen en el interior. Como algunos nostálgicos del franquismo que en los primeros años de la transición española recomendaban a sus conciudadanos "comer democracia", las dificultades de una situación económica sin salida han sido aprovechadas por los enemigos de Gorbachov para contraponer reforma y abastecimientos, libertad y pan; y la salida a flote de la endeblez económica ha magnificado el desfase entre una potencia militar imponente, apenas minada en estos años, y una presencia internacional subalterna, tanto en el terreno político como en el económico.

Pero, sobre todo, la combinación entre apertura política, por una parte, y crisis de valores (asociada al derrumbe del marxismo), por otra, ha propiciado la aparición, como ideología de recambio, del nacionalismo, tanto más extremado cuando el sistema había pretendido haber superado sus manifestaciones mediante las recetas leninistas.

El héroe

La descomposición del imperio soviético, la rebelión, una tras Otra, de las principales repúblicas de la Unión, decididas a tomarse en serio lo que a efectos propagandísticos decía la Constitución -autodeterminación, soberanía, libre unión- ha ido segando la hierba bajo los pies de Gorbachov. El hecho de que hasta Yeltsin, un día discípulo predilecto del secretario general, jugara la baza nacionalista en vísperas de las elecciones rusas de 1991, ilustra hasta qué punto la excitación nacional penetró en los más insospechados poros de la sociedad.

El fundamento psicológico del reformismo es la capacidad para ponerse en el lugar del otro. Pero el fundamento del nacionalismo es la afirmación de la propia identidad mediante la negación de ese otro. De ahí la dificil compatibilidad entre reforma y nacionalismo. Que el golpe se haya producido en vísperas de la firma del Tratado de la Unión, llamado a establecer el germen de una nueva forma de relación entre las Repúblicas, ilustra mejor que cualquier discurso el sentido de la acción de los golpistas; pues nada hay nuevo bajo el sol, y la defensa de los intereses y privilegios de la casta militar y sus inspiradores civiles se viste también en Moscú con la capa del patriotismo: "devolver a los ciudadanos el orgullo de ser soviéticos" ha sido uno de los argumentos esgrimidos para justificar la asonada.

El pasado mes de febrero, un Yeltsin desafiante exigía la dimisión inmediata de Gorbachov, al que acusó de anhelos dictatoriales y de estar dispuesto a "utilizar al ejército contra la población". El presidente de Rusia se subió ayer a un tanque para exigir la reposición de Gorbachov como presidente de la URSS. Tan fogoso orador empieza tal vez a comprender qué clase de héroe era su rival.

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