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Tribuna:DESAPARECE UNA ESCRITORA EN SU PLENITUD
Tribuna
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Una luchadora

La verdadera hermosura de Montserrat Roig era interior. Hermosas eran su solidaridad y su lucha solitaria, de ser profundamente ético, a quien nada le resultaba ajeno, para quien no existían fronteras. Su vida fue un viaje corto -demasiado corto- pero envidiablemente intenso. Viajó por el silencio al que el franquismo había condenado a su padre, el escritor Tomás Roig, y aprendió, por lo tanto, el valor testimonial de la palabra. Se adentró por su condición de mujer sin renunciar ni a las rosas ni a las espinas -amar, tener hijos, ayudarlos a crecer, ser amiga, batallar por la libertad, mantener el hogar, y no sólo en el aspecto económico- y acudió a los núcleos del dolor y del recuerdo para reavivarlos con su mirada cálida.Mirada

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La prematura muerte de Montserrat Roig conmociona al mundo literario catalán

La mujer que una vez escribió -en un artículo para este periódico titulado La muerte es mentira- que "nuestros ojos nunca son inocentes" miró con intencionalidad a su alrededor y se acercó allí donde creía que había algo que contar. No como los buitres que a menudo somos quienes escribimos, sino como la gran, enorme, despiadada gavilladora de la memoria que quería ser. De esa voluntad de revivir la historia para que no nos la repitan quedan testimonios lacerantes como su informe sobre los catalanes exterminados en los campos nazis, su libro sobre Leningrado y todo su trabajo periodístico, que desarrolló día a día mientras tuvo fuerzas, en artículos diarios, como antes lo había hecho en televisión.

Es éste un adiós escrito con lágrimas porque Montserrat Roig fue una persona que me ayudó. Durante unos meses me tuvo en su casa, cuando yo estaba sola y desamparada. La recuerdo yendo de una mesa a otra, consultando los libros que adoraba. Trataba de poner un poco de orden y de afecto en mi vida y en la de los demás. Hacía que sus, asistentas estudiaran aunque eso supusiera que la dejarían por un trabajo mejor. Y las llevaba a la ópera. A sus dos hijos les contaba por qué el mundo es atroz y qué hay que hacer para defenderse. Sentada en el salón escuchaba La Traviata, que punteó nuestros grandes amores. Cuando me veía triste preparaba un cocido, ironizaba y llamaba a los amigos para improvisar una fiesta.

Su muerte es un hecho incomprensible, injusto e irreparable, porque muere en una época en que no podemos permitirnos ni una sola baja en las filas de quienes miran ética e intencionadamente.

Querida Montse: te has ido poco después de que Leningrado haya caído tras su penúltimo cerco.

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