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GUERRA EN LOS BALCANES

Lluvia de balas sobre los españoles

Los intensos combates se recrudecen en Mostar, donde se lucha casa por casa

Ramón Lobo

Viene de la primera páginaAhí están los musulmanes, armados hasta los dientes, igual que los javeos croatas, a unos pocos metros de distancia.

Para llegar al estratégico puente Branley, en pleno barrio viejo de Mostar, por cuyo control luchan encarnizadamente cuatro días y cuatro noches cientos de musulmanes y croatas, hay que cruzar la línea del frente.

Hay una hilera infernal de ruinas con hombres agazapados . ambos lados. No se les ve. Pero e escucha casi su aliento. Están ahí, silenciosos y pacientes, como el cazador que aguarda a su presa.

La avenida son 200 metros escasos, inundados de basura de guerra. El panorama es desolalor. Parece un paisaje lunar. Como si alguien hubiera dinamizado un edificio entero y esparcido de mala gana sus restos sobre a calzada. Al otro lado del río Neretva, bien protegidos por las primeras casas derruidas, están os hombres de la milicia musulmana, quienes han defendido con éxito sus posiciones iniciales.

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Bajo el fuego en Mostar

La patrulla española se encuentra en el bulevar, en la entrada de Mostar, situada en la parte nueva de la ciudad, en el lado controlado por los croatas. Esán ahí en espera del relevo. Llevan toda la noche metidos en la misma boca del lobo. "Ahora dicen que llegarán a las doce y media", asegura el operador de uno de los blindados con cierta rabia. Falta una hora más para poder regresar al cuartel.cotilla del blindado. Una mala señal para los que van detrás en un vehículo normal: un frágil Lancia blanco.

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El gigantón musulmán del otro lado del puente Branley se fuma los pitillos a puñados. Es el ansia del adicto. Por gestos explica que ellos, los musulmanes bosnios, han ganado la batalla. Que los croatas no han logrado, tras cuatro días de durísimos combates, ganar un solo metro. Habla como si todos le entendieran, pegado a un viejo carro de combate, el único que deben tener. "Es uno de los que han capturado a los serbios", dice un oficial español. No hay muchos combatientes en la calle. Hay otros dos blindados españoles en la zona. "Ha sido una noche relativamente tranquila", explica el capitán Romero. "Ha habido intercambio de disparos y algún que otro mortero hasta las tres de la madrugada, pero ahora está algo más tranquilo". Aunque el capitán explica que no disparan contra ellos, la experiencia anterior le desmiente.

Un legionario de 19 años llamado Raúl, voluntario de Madrid, está contento de encontrarse en la Agrupación Canarias. "Es una manera de hacer la mili mucho más interesante", dice. La gente de Mostar no ha tenido demasiadas oportunidades de demostrar sus sentimientos en la primera noche de patrulla: la ciudad está desierta. Los que están habitan encerrados a cal y canto en sus viviendas.

El susto de un termo de café

Nadie se fía del alto el fuego. "Esta noche, en una de las patrullas, se abrió de repente una ventana", explica el capitán Romero. "Pensamos inmediatamente que se trataba de un francotirador. Pero estábamos equivocados. Era simplemente una señora que nos bajaba un termo de café prendido en una cuerda".

El regreso al lado croata es sumamente complicado: hay que cruzar de nuevo esos 200 metros malditos de la línea del frente. Los dos blindados se ponen en marcha. Nos volvemos a pegar, muy cerquita, al segundo, como quien se esconde detrás de un escudo. Giro a la izquierda. De nuevo el puente. En segunda velocidad, acelerando y frenando a la vez. Moviéndonos de un lado a otro para no ser un blanco fijo. ¡Bang, bang! Ya están aquí de nuevo los disparos. Nadie sabe de dónde proceden.

Puede ser un francotirador con ganas de jugar o puede ser otro con intenciones de matar. En la línea del frente, en esos 200 metros, parecemos patitos de feria, sólo que los dos primeros van muy bien blindados. Se oye una explosión. Muy fuerte. Sale humo de una casa que está a nuestra derecha. Era una granada con destino al convoy. Afortunadamente han fallado.

Los legionarios aceleran y nosotros detrás. Más tiros. La adrenalina está muy alta. Dan ganas de gritar. De regreso al bulevar, a la zona croata, los tiros suenan lejos. En realidad, suenan como si fueran de otra guerra. Acabamos de pasar delante de un montón de fusiles. La película de los hechos es muy limitada; sólo tenemos un plano: el de la calle de los 200 metros delante de nosotros.

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