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LA CRISIS DE BANESTO

El tiempo de Luis Ángel Rojo

¿Qué significa la mayor autonomía del Banco de España? ¿Fortalecer a los técnicos?, se preguntaba displicente el veterano y escéptico profesor Joan Sardá Dexeus, padre del Plan de Estabilización de 1959 y piedra angular del pensamiento macroeconómico moderno. Fue mucho antes del estallido de Banesto. Sardá expresaba el deseo del gobernador del Banco de España, Luis Ángel Rojo, dilecto amigo, alumno aventajado. El melancólico anciano recordaba sus sueños junto a Rojo, cuando ambos coincidieron en el Servicio de Estudios del Banco de España. El enérgico gobernador — ¿es estereotipo de un cargo largamente merecido?— empezó a ejercer de sabio en la cátedra de Teoría Económica de la Complutense de Madrid. Ganó las oposiciones en 1966. Terminaba un curso académico que definió el despertar político de la Universidad española bajo el franquismo: la creación del primer sindicato de estudiantes, las manifestaciones en la Castellana y el encierro en el convento de los Capuchinos en Barcelona, la Caputxinada.

Rojo, en el extremo monetariono del ánalisis económico, y José Ramón Lasuén, inclinado a las filas más liberales, impartieron doctrina y proyectaron su influencia durante las dos décadas siguientes. Contrapesados ambos por el marxismo entre clandestino y reinante de los Ramón Tamames y Julio Segura de entonces —brillantes estandartes de una tribu afectada por múltiples transiciones—, modernizaron los manuales de macro y micro. Lasuén refundó al clásico Manuel de Torres y Rojo remozó el Castañeda, la única Teoría capaz de aguantar comparaciones con sus homólogos internacionales, como el Lipsey y el Samuelson.

Forjado en la Universidad, ha trasladado el rigor a los despachos de Cibeles. Siguió a Sardà en la Ley de Especialización Bancaria —que dio lugar al nacimiento de los bancos industriales—, pero sobre todo puso al día el Boletín Estadístico del Banco Emisor (el famoso libro verde), que resume los datos básicos del sistema bancario español y que se ha convertido en el sancta sanctórum de estadística financiera. Su tenacidad disciplinó los papeles heredados de los economistas pioneros del Banco de España, como Olegario Fernández Baños y Germán Benacer. Pero, ante todo, los expertos, que recuerdan el paso por Cibeles de los ex ministros Solchaga y Boyer —un físico que estudió e impartió Economía en la antigua Complutense del Retiro—, aprecian la fertilidad didáctica del gobernador.

Al talento de vigilante del sistema financiero —a la manera de sus mejores antecesores— Rojo añade el sólido poso profesoral de quien se lo sabe y sabe explicarlo, con seguridad y sin aspavientos. Ya sea ante un auditorio de alumnos aventajados. Ya ante parlamentarios voluntariosos y conscientes, pero conscientes de que el maestro, con sus defectos, les lleva años de ventaja.

Algunos de los economistas orgánicos de mayor influencia pública e intelectual de estos momentos deben a Rojo sus conocimientos en materia de política monetaria. Es el caso del secretario de Estado Alfredo Pastor, el del mismo vicepresidente Narcís Serra y muy especialmente el del profesor de Harvard Andreu Mas-ColelI, animador en los inicios de la Autónoma de Barcelona, una facultad sesgada por la inclinación anglosajona de su primer rector, Antoni Serra Ramoneda —otro seguidor de Rojo—, líder de minnesotos, harvardianos y stanfordianos, entre otras otras especies de jóvenes pertrechados en la moderna econometría y llegados de hacer las Américas. Muchos de estos le deben a Rojo la pasión por los modelos matemáticos y, lo que es más importante, un indeleble toque keynesiano que muestra "cómo las intervenciones públicas corrigen los fallos del mercado", discernía el propio Rojo en su libro, Keynes, su tiempo y el nuestro.

La trayectoria profesional del gobernador anida además en la vertiente más activa de los economistas de Estado, la de los técnicos comerciales vinculados a las actividades de este departamento—hoy Secretaría de Estado- y sobre todo a los equipos de la revista Información Comercial Española, cuyos iniciadores fueron Enrique Fuentes Quintana y Manuel Varela.

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