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Tribuna:42 FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN
Tribuna
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La erosión

Hace veinte años, un cineasta (Jaime Chávarri) puso delante de su cámara a la mujer y los tres hijos del poeta muerto Leopoldo Panero y extrajo de su desenvoltura, su inteligencia y su falta de pudor, el doloroso, aunque lleno de vida, documento de la disolución de una familia llamado El desencanto, que fue interpretado como una radiografía probablemente involuntaria de otra disolución de mayor alcance, la de una forma de vida.Ahora, dos décadas después, otro cineasta (Ricardo Franco) pone ante su cámara, muerta la madre, a los tres hijos y reanuda en ellos aquella exploración sin barreras de pudor en un, vivo pero lleno de muerte, nuevo documento titulado Después de tantos años, en el que asistimos al derrumbe de lo quedó de aquel derrumbe, a la erosión que el paso de un tiempo devastador ha causado en el interior de las ruinas de aquella ruina, y por tanto en anuncio de la ruina íntima de quienes la contemplamos. No es en absoluto, aunque sea imprescindible ver El desencanto para orientarse en la maraña de Después de tantos años, una película parasitaria de aquella, porque explora otra cosa y lo hace con métodos formalmente muy distintos. Si El desencanto era la metáfora de una familia tras la muerte del padre y por tanto una parábola de la supervivencia, Después de tantos años se sitúa en la última de esta supervivencia y penetra en lo que hay más allá de ella, en el interior de la muerte misma.

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Ruina y desesperanza de los Panero

Este tierno y terrible documento sobre tres hombres que han desterrado el pudor de sus pautas de conducta es paradójicamente extremadamente pudoroso: está lleno de elegancia y de esa delicada cautela que requiere caminar sobre púas erizadas, de modo que esos seres humanos a la deriva -como a la deriva se encuentra una generación de compatriotas suyos- mantengan frente a la fría insolencia de la cámara su calor y su dignidad. De ahí la fuerza emocional del filme, capaz de representar la insoportable erosión del paso del tiempo de forma solidaria y por tanto conmovedora.

El respeto de Franco por el deterioro humano es absoluto y de él procede precisamente la pacífica sublevación y la calmosa audacia de su trabajo, en el que hay algunos ecos explícitos -imágenes de la soledad trágica del monstruo- de Frankenstein; ecos inexplícitos -insistencias tercas de la imagen en las modulaciones de la agitación y de la quietud de la naturaleza de Lilith -aquel hermoso filme donde Robert Rossen y Jean Seberg representaron la locura como antesala luminosa de la oscura disolución de la conciencia en la muerte. Todo en este apasionante filme es captura del deslizamiento hacia la muerte, vivencia de muerte.

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