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Una chacha sin suerte

Al socaire del fragor ideológico y de los aires de libertad que soplaban en los últimos setenta, dos críticos de la revista Reseña escribieron a propósito de. Mariano Ozores que era el director que tal vez hubiese sabido utilizar mejor el cine para "embrutecer, alienar o reprimir al pueblo español", definición, más que de críticos, de pelotón de fusilamiento, todo ha de decirse. ¿Qué hubiesen escrito entonces de quien fue el soporte de esas ficciones, doña María Gracia Morales Carvajal, in arte Gracita Morales, protagonista de 17 de las películas de Ozores, entre Chica para todo (1962) y No, hija, no... (1987), casi su canto de cisne de la pantalla?Porque lo cierto es que con su apariencia de cateta, su fÍsico común y su chillona vocecilla nasal la actriz encarnó como ninguna otra -con el permiso de Lina Morgan- un cierto tipo de mujer española anterior a los movimientos de liberación feministas, anterior al siglo, anterior a casi todo: fue su imagen un verdadero tótem de los sixties hispanos, escarnio de gentes sensatas, la confirmación de que el país no estaba para muchos trotes.

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La actriz Gracita Morales muere en el olvido

Morales tuvo su largo momento de gloria entre el año de su segunda película, Maribel y la extraña familia (1960) de José María Forqué, y 1970. Antes, como otros en el cine español -López Vázquez, Landa, Sacristán, sólo por citar algunos-, había hecho su formación en la escena, y lo cierto es que sus aptitudes para la comedia eran más que notables. Curtida en mil batallas de cara al público, hizo de sus limitaciones virtudes aunque, también conviene recordarlo, no tuvo la suerte de la que sí disfrutaron otros, los citados más arriba, para granjearse las simpatías de un público más exigente, de una crítica seria que directamente desertaba de ver sus películas: Gracita Morales no tuvo la segunda oportunidad que hubiese necesitado para ingresar en el restringido Olimpo del cine español serio.

Pero nadie le podrá negar haber estado en los filmes más populares y taquilleros de los 60, La ciudad no es para mí, de Pedro Lazaga; Operación Cabaretera, de Ozores; Sor Citroén, de Lazaga otra vez, o A mí las mujeres ni fu ni fa. Carne para sociólogos antes que para analistas cinematográficos, páginas de una historia capaz de sepultar entre sus escombros sus colaboraciones con los grandes, con Neville, con Fernán Gómez, que no le reportaron más que la puntual referencia en una breve necrológica como ésta.

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