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Unos electores muy sagaces

Tan zarandeados por la clase política, con sus intentos de meterle miedo en el cuerpo; tan despreciados por los espíritus exquisitos, que les amonestan sobre la falsedad de esta democracia y la inutilidad del voto, lo cierto es que aquí los que responden de la forma más adecuada a las cambiantes circunstancias y crisis políticas son los electores. Ya lo hicieron en 1977, cuando era imprescindible que fuerzas políticas procedentes del franquismo se entendieran con las que habían luchado en la oposición, y repartieron sus votos de forma simétrica en un resultado que era como un mandato para que todos los partidos negociaran y pactaran la futura Constitución. Y lo volvieron a hacer en 1982, cuando millones de electores, permaneciendo fieles a sus opciones políticas básicas, no dudaron en cambiar su voto con objeto de responder a la crisis política abierta por los intentos de golpe de Estado y agravada por el desmoronamiento de UCD y la quiebra del PCE. Con su voto universal al PSOE, los electores otorgaron poder y autoridad al único partido con recursos para estabilizar en aquellos momentos la democracia. UCD, que nunca llegó a ser un partido, desapareció rápidamente de la escena política, dejando un hueco que la derecha, muy lastrada aún por sus orígenes franquistas, se había mostrado incapaz de ocupar.Los electores han esperado pacientemente a que esa derecha se sacudiera el polvo de la dehesa y la han obligado a desplazarse hacia el centro antes de concederle una participación sustancial en el poder. Se han tomado su tiempo, porque la travesía ha sido premiosa, plagada de errores y de pasos en falso. En un primer momento, hace dos años, dejaron las espadas en alto, con la clara advertencia al PP de que no consideraba aún que su viaje al centro pudiera darse por terminado y con un evidente mensaje al PSOE para que respondiera de las tropelías cometidas durante su dorada década en el poder. Y el domingo pasado, como el PSOE, a pesar de las vacías declaraciones de Sus dirigentes en el sentido de que habían entendido el mensaje de 1993, ha dado muestras inequívocas de no haber comprendido nada, el electorado ha reaccionado haciendo subir al PP un peldaño más en su lenta progresión hacia el Gobierno.

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Pero, escaldados por aquel mandato universal de 1982, los electores se han mostrado ahora más cautos y han evitado sagazmente desarbolar al PSOE y otorgar un arrollador triunfo al PP. El resultado es, pues, el mejor que un demócrata podría desear: una derecha que reúne los apoyos suficientes para, si no se extravía en el ejercicio del poder municipal y autonómico, llegar al Gobierno en breve plazo; y una izquierda que no queda en absoluto arrasada y que mantiene una base suficiente para, si acierta en la renovación de sus valores y sus dirigentes, no perder las posibilidades de retomar al poder local. Con ese resultado, los electores consolidan una vez más la democracia, pues tan perjudicial habría sido que el PSOE no hubiera salido derrotado de estas elecciones como que el PP hubiera cosechado un triunfo al modo de 1982.

Y así, es de nuevo el electorado el que marca el camino, con una lección ejemplar a tanto político fatuo y a tanto espíritu exquisito. Ni abril de 1931, ni vuelta al 18 de julio y a la guerra civil, ni descenso de España a los infiernos: los electores han hecho caso omiso de quienes aventuraban una gran catástrofe moral y política si el PSOE no era expulsado violentamente del Gobierno, pero han recordado a los demagogos de la izquierda que su cuento de miedo "¡que viene la derecha!" no les afecta. Si, en lugar de despreciar su inteligencia y su capacidad de discernir sus propios intereses, los políticos profesionales y los que hacen política desde los medios de comunicación aprendieran de los electores, quizá nos iría a todos mejor en el tiempo que queda hasta que se produzca, sin romper las reglas de juego y si las urnas así lo deciden, la alternancia en el poder.

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